“El Sombrero de Alejo” es el sexto sencillo del álbum Vives que se lanza con rotundo éxito luego de La Bicicleta, Vivir Contigo, Al filo de tu amor, Robarte un Beso, Nuestro Secreto.
El samario Carlos Vives, no solo se las da de vallenato, sino que adopta posiciones radicales de vallenato, más leyenda que logos, y por supuesto (Y a riesgo de que me tilden de chauvinista), en su texto sin ritmo (letra distópica, dice Adrián Villamizar), en el tema “El Sombrero de Alejo”, le mete una puñalada trapera a la sabana entera. Valga decir que la escuela sabanera del acordeón ha sido el mejor descubrimiento del vallenato, según Gabito. Y es, en materia de competencia, si hablamos de pares, la que más se equipara a la escuela vallenata, por múltiples razones. Sus aportes son innegables.
Es como si existiera una estrategia de invisibilización de la extensa y rica región sabanera, desde sus atuendos, sus aires, hasta su símbolo inmortal, el sobrero zenú vueltiao. De vueltas. No Bolteao, como dijo Gustavo Petro, en Montería el pasado viernes, cuando su inteligente cabeza lució uno de 27 vueltas, que pudiera usar como pañuelo si quisiera. Bastante serenado, por lo que habrá que pegarle un regaño. Al vueltiao ni el sereno le hace daño.
“Tenía una sola camisa Y un solito pantalón. No les cause admiración
Mi sobrero era la brisa” (Toño Fernández).
Yo particularmente pienso que este sombrero de vueltas (de la Etnia Zenú, cuya influencia cultural llega hasta la Península de la Guajira), es una obra extraterrestre, como quiera que sus descendientes, a quienes los españoles les mataron 11 millones de seres, pese a ser inteligentes, en esta era no han podido refrendar esa sabiduría. Como en Las Pirámides bien pudieron haber recibido ayuda espacial porque esas figuras romboidales no están allí al azar.
De todos modos el Sombrero Vueltiao (No de Alejo Durán ni de Happy Lora), es nuestro símbolo nacional, por encima del café, los diamantes o de la cattleya, La flor de mayo o lirio de mayo que pertenece a la familia de las orquídeas, una planta epífita de hojas carnosas, originaria principalmente de Colombia, aunque su distribución llega hasta Ecuador. Nuestro Sombrero viaja por todo el mundo, en la sien de nuestros personajes. Lo llevan todas nuestras delegaciones, pero es un Sombrero Zenú.
En ese canto de Carlos Vives, que maneja unos coritos y unas estrofas sin contexto compacto (como en La Bicicleta) donde no se sabe a qué tipo de vallenato se refiere, como para congraciarse con el folclor al que le chupa la sangre, y que muy seguramente cobrará con el proyecto de un parque, deja mal parada a nuestra sabana, porque no se trata de un sombrero de nadie, sino de todo el país. Pudiera ser este otro despojo del que ya somos víctimas los sabaneros.
No se puede decir que hay elementos musicales propios en nuestro Caribe (más allá de los de la gaita y la cumbia), porque no existe un acordeón vallenato ni un bombardino sabanero, el uso de éstos en cada una de las escuelas, definió unos colores musicales que nos identifican.
Reiteradamente, aquella escuela portentosa y narrativa, la de la crónica y el cuento bien echado, se arropa con nuestros atuendos y ya. No pasa nada. La nueva ola está llena de esas esencias sabaneras, más música que relato, pero la sabana empezó a sembrar en tierra ajena y perdió. Hoy nos sentimos más vallenatos que sabaneros. No oímos otra música.
Ha sido nuestro Adolfo Pacheco quien mejor explicó esa especie de curiosidad o intuición y en uno de sus temas dice “Qué te pasa, amigo mío, tan bien que yo te trato? La sabana es el espacio más fértil para el vallenato. Acá se hicieron Calixto Ochoa y Alejo Durán, donde solo halló quietud después de su nomadismo; Luis Enrique Martínez y de los nuevos casi todos, pero jamás vi que de La Guajira o el Cesar se llevaran aunque sea por equivocación a Los Gaiteros de San Jacinto a una rueda de cumbias o concierto. Ellos también trajeron medallas de las Olimpiadas de México en 1968 con Alejo Durán. Y los comentaristas solo mencionan al rey, marcado por su triunfo en Valledupar. Hoy el que no toque el ritmo aquel es como si no tocará nada (A. Pacheco).
…Y dijo a la prensa nacional, con su boca de feroz Dragón, los que tienen el mejor folclor son del Magdalena para allá…( ídem).. Glorificaron a Rafael, como en Cien Años de Soledad…
Podría enumerar una larga lista de cómo los hijos de aquel lado del rio han tratado nuestra cultura. La usan cuando les conviene. Le hacen vejámenes cuando no les conviene. A este adefesio de Carlos Vives (El Sombrero de Alejo), quien usa en su video nuestro sombrero para embellecer su puesta en escena, tratándolo de sombrero de Alejo y no Zenú (sin desconocer la grandeza de nuestro negrazo), se suma lo que pasó en la última versión de Festival Vallenato Femenino de Valledupar, donde se impidió que una de las concursantes subiera a tarima con este atuendo sabanero. Se trata de la cantante Tatiana Martínez, de Montelíbano Córdoba. El jurado le dijo que tenía que quitarse su sombrero Zenú, cosa detestable para poder subir, porque al parecer el evento estaba impulsando otro, y que en efecto, hubo un grupo en tarima en donde todas las chicas tenían sombrero de otra etnia.
Es posible que estemos adoleciendo de exceso, que seamos extremistas, pero, o estamos todos en el suelo o todos en la cama. Tomamos las cosas sabaneras como propias cuando nos da la gana y las denigramos cuando nos da la gana. ¿Qué es lo que nos pasa?
Ahora resulta que nuestro Sombrero no es Zenú sino sombrero de Alejo. Siempre acomodamos las cosas para complacer al vecino, a nuestros huéspedes.
En San Juan Nepomuceno (Bolívar), quitaron la cumbia de su evento nacional, para que los acordeonistas vallenatos no tuvieran esa dificultad. Cambiaron la cumbia por el son o la puya. En Arjona (Bolívar), quitaron otras tareas sabaneras, para que ellos se sintieran como en casa. ¿Será que en Valledupar presentarán aunque sea como muestra la plasticidad y las destrezas de un concertista sabanero en un popurrí de porros donde toque La Lorenza, Rio Sinú, Tolú o Mi Sahagún? Ni pal’ putas. En la lectura del acta final del PES Vallenato en Fonseca, el escribiente mencionó por error la palabra porro y alguien del público se levantó enfurecido. Lo mismo hizo Consuelo Araujo, en el primer Festival Vallenato, donde Alfredo Gutiérrez estaba interpretando el merengue “Papel Quemado”, con unas florituras que se apartan de “la rutina” vallenata, batió el pañuelo y lo hostigó hasta su retiro rebelde.
Creo, que sin deseos de polemizar, La sabana debe defender sus atuendos, que le siguen dando la vuelta al mundo, pero ahora introducidos con aquella palabreja que tanto daño nos ha hecho: vallenato.
…Y a propósito, que se hizo el tan publicitado sombrero Escalona?