Muchos de los preocupados por entender las razones por las cuales Cartagena es una ciudad con un comportamiento muy particular en lo político, lo público y la convivencia, y se afanan tratando de encontrar la verdad del por qué somos así, deben comenzar por el principio y abrevar en las acciones que en pro de la Cultura Ciudadana emprendió Antanas Mockus durante las dos oportunidades en que se desempeñó como alcalde de Bogotá.
Hablamos de un proceso iniciado en 1995, hace veinticuatro años, y a cuyos frutos innegables le dieron continuidad la mayoría de los mandatarios que lo sucedieron.
Fue un propósito de personas visionarias que como se dice, no se quedaron mirando el árbol sino que miraron el bosque. Fueron procesos no sólo de largo aliento sino de continuidad e insistencia.
De la gestión y el empeño de Mockus se recuerda el saneamiento de las finanzas públicas, la reducción de las muertes violentas, la «La hora zanahoria» con la que implantó restricción horaria para los establecimientos nocturnos y a la venta de licor.
Otras acciones exitosas que se recuerdan de Mockus fue el logro del desarme total de la ciudad, la utilización y el empleo de mimos como una estrategia para enseñar e insistir en la cultura ciudadana y la campaña de ahorro voluntario de agua, con las que el alcalde de Bogotá de ese entonces, contribuyó a que los habitantes respetaran las normas de la ciudad, algo de lo que adolecemos en nuestra Cartagena.
Nos vivimos quejando y comparando con el desarrollo y el progreso de las ciudades vecinas, pero no se emprenden acciones ni campañas ciudadanas de peso y sostenidas en el tiempo, que le den continuidad a las vaporosas y ocasionales que se acometen, y que como dicen, duran lo que dura un merengue en la puerta de un colegio. Nada.
En los albores de la elección popular de alcaldes en Cartagena, hubo uno, Gabriel García Romero, quien tuvo la buena idea de crear la Escuela de Gobierno y Liderazgo, cuyas funciones de promoción y fortalecimiento del buen desempeño de los funcionarios públicos y la cultura política y ciudadana entre los habitantes estaban encaminadas a generar confianza entre ciudadanos e instituciones públicas y mejorar la convivencia en el marco de la pluralidad, la diversidad y la inclusión social, ha quedado reducida a un “cascarón burocrático” absorbido por la politiquería y convertida en despensa clientelista de inoficiosas Ordenes de Prestación de Servicios.
Toca comenzar e insistir en el tiempo y dar continuidad a campañas de cultura ciudadana que comiencen mostrando cambios en el comportamiento de los cartageneros; y que los primeros, de manera indiscutible, sean el aspecto electoral, el político, recabando en la no venta del voto y en el aumento de la participación en las elecciones.
La incultura ciudadana de Cartagena tiene muchas caras; y ha surgido la más reciente, la del tolerante irrespeto a las normas establecidas para el uso del Sistema Masivo de Transporte, entre otras, las que se evidencian, cuando los usuarios queriendo ingresar a los buses atropellan sin respeto a los que de él se apean; lo mismo que en los jóvenes que irrespetan el uso destinado de las sillas azules para los mayores de edad y las ventas internas.
Están también en la lista de incultura ciudadana en Cartagena, la desatención a las normas que prohíben los estridentes decibeles de los quipos de sonido; el uso indiscriminado del espacio público, el arrojo de basuras a las calles, el lenguaje procaz, altanero y grosero, y también, la displicencia con que atienden en muchas de las oficinas públicas.
Gobiernos, comencemos el cambio por el principio. Es hora de comenzar por campañas permanentes de cultura ciudadana.