Entrelazados y hasta con lindes imperceptibles son las definiciones sobre el significado de lo que se entiende por moral, ética e integridad.
Independiente de los conceptos filosóficos, académicos y hasta espirituales, las tres palabras convergen en una sola consideración, la cual no es más que el comportamiento del ser humano frente al bien y frente al mal, o el conjunto de normas que rigen su conducta en cualquier ámbito de su vida.
En el capítulo de los derechos fundamentales de nuestra Constitución, el artículo 40 da cuenta del derecho que tiene todo ciudadano a participar en la conformación, ejercicio y control del poder político, derecho que se hace efectivo cuando el ciudadano toma parte en las diversas formas de participación democrática; obviamente, todo esto, bajo la presunción de la moral, la ética y la integridad; por lo menos así dice la Constitución y es lo que se espera del ciudadano, una participación bajo los principios de la moral, la ética y la integridad.
Para Lyndon B. Johnson: “El voto es el instrumento más poderoso jamás concebido por el hombre para derribar la injusticia….”. Para Abraham Lincoln, “Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil.” Y para John Adams, “Siempre vote por principio, aunque vote solo, y podrá apreciar la más dulce reflexión, que su voto no se pierde nunca.” Son principios enmarcados dentro del ejercicio de la ética, la moral y la integridad, o sea, enmarcados dentro de lo correcto. Es el sagrado valor del voto.
Pero todos estos principios, incluidos los constitucionales, inspiradores y hasta audaces, quedan hechos trizas, como se dice ahora, cuando llega la hora de la verdad, la época de los procesos eleccionarios; los cuales unos quebrantan absteniéndose de votar, probablemente, por decepción o apatía; pero otros, apartándose del logro del bien común los transgreden motivados por el interés personal y el beneficio que anhelan si logran que con su voto su aspirante logre la victoria. Estos no son pocos. Son abundantes.
Pero hay otros, la mayoría, esos que todos los días sufren por causa de la injusticia social; esos que comen, si acaso, dos veces al día; son esas familias que para el DANE les son suficientes doscientos mil pesos mensuales para vivir; son esos padres de familia que ven como los concejales y políticos corruptos, sin escrúpulos, se devoran y engullen los dineros del Plan de Alimentación Escolar, el “bendito” PAE; son esas familias que todos los días son víctimas de la pésima atención del Régimen Subsidiado en Salud; son esos para los cuales es una quimera pensar en pensionarse.
Todos estos, para infortunio de la democracia, son la mayoría de los votantes; votantes a los que hay que entender y no inculpar, ni muchos menos incriminar; son las víctimas y la inagotable fuente de votos para los políticos corruptos que en cada proceso los engañan, les hacen promesas falsas, les alimentan las esperanzas, y a los que corrompen para asegurar su reelección manteniendo de manera infame y miserable las condiciones de escasez predominantes en este sector de la población.
Para los ciudadanos con hambre, que no son sólo a los que les falta la comida sino también los que tienen deseo ardiente por algo; actúan así, “haciendo trizas” los principios de la moral, la ética y la integridad justificándose en la decepción, la desilusión y el desencanto por los politiqueros corruptos; y lo hacen porque tienen hambre de todo.
Finalmente, hay otros que también quebrantan los principios de la moral, la ética y la integridad, pero lo hacen por el hambre que tienen por robarse los dineros públicos. Es el brutal círculo vicioso.