Para irlos despojando del asombro, comienzo por decirles que la palabra Potra no hace parte de ningún grosero vocablo, no; es una decente palabra que registra la Academia de la Lengua Española, que significa hernia en el escroto, y que puede que sea desconocida para algunos, en especial, los jóvenes, pero sí muy reconocida y recordada por lo que ya atravesamos el umbral de los sesenta, por aquello que a quienes la llevaban, sin ser despectivos, ni violar el habeas data de hoy, se les llamaba, obviamente, potrosos.
De la Potra hace una buena descripción literaria y médica, Gabriel García Márquez, en su libro “El amor en los tiempos del cólera”, cuando haciendo alusión a esta patológica condición en la época de la Cartagena colonial recuerda que quienes la llevaban, con orgullo y distinción lo hacían.
Pero también, para la época de las Potras ya el médico Juvenal Urbino, el esposo de Fermina Daza, ante la epidemia del Cólera Morbus también se preocupaba por el peligroso estado sanitario de la ciudad, y abogaba ante el Cabildo para que a los pobres se les enseñara a hacer sus propias letrinas, se recogieran y se incineraran técnicamente las basuras, se construyeran alcantarillas cerradas y plazas de mercado, así como mataderos higiénicos.
Entre tanto, de la Potra, dice el médico Juvenal Urbino, el de la narración literaria de Gabo, que cuando imberbe no dejaba de horrorizarse viendo a los potrosos sentados en las tardes en las puertas de sus casas abanicándose el dilatado escroto atribuido a la presencia de un diminuto parasito que abundaba en el agua de los aljibes de la época.
Sigue diciendo García Márquez, poniendo en boca del doctor Urbino, que los potrosos, esos a los que sentados les afloraba su enorme testículo como si fuera un niño dormido entre sus piernas nunca se quejaron de ningún dolor, aunque lo tuvieran, porque una potra grande y bien llevada siempre se lucía por encima de todo como un honor y orgullo de hombre.
También, continua Gabo recreando en su Libro y acerca de esa época colonial de Cartagena, que los potrosos y aún los no potrosos se oponían al mejoramiento del agua de los aljibes por temor a que le quitaran la virtud y el privilegio de llevar una abundante, protuberante y honorable potra, muy a pesar que ya se daba cuenta que las frescas y depurativas aguas de los manantiales de Matute, en las lomas de Turbaco, habían servido para curar de una Potra a un gobernador de la época.
Pero para la época de las Potras en la Cartagena Colonial no existía lo que hoy conocemos como el “Habeas data”, derecho que entre sus aspectos conceptuales abarca el de la protección y el tratamiento de los datos personales, entre otras cosas, desconocidos y vulnerados actualmente y con frecuencia por parte de algunos medios de comunicación y periodistas que por afanes noticiosos divulgan, violando el derecho a la intimidad de personas afectadas supuestamente por el virus del COVID-19.
Hoy, una persona diagnosticada como positiva o sospechosa de Coronavirus, o de haber estado en posible contacto con un infectado, a diferencia de los potrosos de otra época que lucían orgullosos sus potras, tienen que esconderse para evitar ser linchados por sus vecinos.
Que tiempos estos, tiempos de estigmatización muy parecidos a aquellos antiguos cuando el leproso no sólo debía ubicarse en las orillas de los caminos o vivir en campos retirados de las ciudades, y llevar, además, colgada al cuello, una campanita para hacer notar su presencia ante cualquier persona.
Finalmente, así también pasó con los leprosos en Cartagena, con los tuberculosos y con los que presentaban algún grado de desquiciamiento mental, todos, como hoy, los estigmatiza la sociedad.