Sale Mancuso a la corraleja, como el toro banderillado a llevarse por delante lo que encuentre. Era de esperarse. Está herido, resentido, dolido, despreciado y acorralado. Ese cúmulo de sentimientos no le da derecho alguno de masacrar a un ilustre colombiano como Francisco Santos.
No está Mancuso para actuar igual que en su época de «gran» jefe, donde una orden suya para asesinar a un inocente o «culpable» se ejecutaba sin reparos, sin ser juez ni estar formalmente instalada la pena de muerte en Colombia, pero él la ejercía cual supremo del Olimpo.
Es evidente que el ataque de Mancuso no es contra Francisco Santos, sino contra Álvaro Uribe Vélez. No le perdonará jamás su extradición a los Estados Unidos y su carcelazo con grilletes a bordo. Igual para obtener beneficios, masacraría hasta lo más preciado si le toca hacerlo.
Inverosímil que la justicia esté aun investigando sin que le hayan aportado una sola prueba, los imaginarios bloques máquinas de asesinos, que supuestamente ideó Francisco Santos.
No existe ser humano sobre la faz de la tierra que en su conciencia conciba como real que Francisco Santos haya sido -así sea en sueños- parte de una máquina de la muerte.
Pruebas de que esto es lo más ilógico de la historia hay las que quieran, sólo basta asomarse, así sea superficialmente a su trayectoria de vida. No es justo equiparar a Francisco Santos, el de país libre, de las marchas de no más, el que confrontó a Pablo Escobar, cuando casi nadie lo hacía y por poco le cuesta la vida, no pueden igualarlo a Mancuso, siniestro personaje con una hoja de ruta totalmente diferente.
La culpa de que esta injusticia se cometa no deja de serlo la justicia colombiana, que, en trece años, no define su archivo o preclusión, ante la falta de una sola prueba, que nunca va a aparecer, porque nunca ha existido.
El hecho de Mancuso estar ligado a delitos de lesa humanidad, no es óbice para que la justicia mantenga sin prueba alguna atado al honorable Francisco Santos, a los crímenes que el paramilitar cometió. No hay justificación alguna para eso y así auspiciar de esa forma chabacana, cada vez que Mancuso desee revolcar su falta de casta en la arena con Francisco Santos.
Sea esta la oportunidad para que el ente de justicia cierre justamente de una vez por todas, ese atropello indiscriminado contra quien sólo ha servido a la patria.
«Asesinen a este o a aquel» «corten la cabeza a ese fulano y jueguen fútbol con ella» «arreglen la motosierra para que lo descuarticen» «violen a esa niña o la mujer y háganlo delante del marido», es sabido por el país, que esas eran las ordenes de los bloques de sangre que conformaba Mancuso.
Sin pasiones ni revanchismos, sino con conciencia, justicia y temor de Dios, ¿alguien imagina a Francisco Santos en ese plan? ¡Por Dios! Ni el más acérrimo de sus enemigos lo consideraría como una real posibilidad. Simplemente no aplica y ello debe concretarlo la justicia cerrando ese macabro plan contra Francisco Santos.
¡Trece años señores! ¡trece! ¡que injusticia!
La labor periodística y humanitaria son los únicos escenarios permitidos en el actuar legal y recto de Francisco Santos, para tener de frente a semejante paramilitar como lo es Mancuso y jamás en igualdad de estatus por obvias razones, donde Francisco brota, transpira por sus poros vida y no muerte.