Apropósito del inminente Día de la Raza, que en Colombia aún conmemora el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1942, conviene reflexionar sobre qué significa ser mestizo hoy en el entonces llamado Nuevo Mundo.
Cada año, el Día de la Raza me hace cuestionar cómo narramos la conquista de América en los colegios. En mi caso, recuerdo haberla estudiado como una historia de descubrimiento. Nos concentramos en las aventuras de La Pinta, La Niña y La Santamaría durante la primera expedición transatlántica que terminó en el Caribe. No estudiamos, en cambio, los detalles de la posterior colonización europea del Nuevo Mundo.
Cuando Colón llegó a La Española allí vivían unas 300.000 personas. Al ver al pueblo Arawaco, Colón escribió en su diario: «Me parece que la gente es ingeniosa y serían buenos servidores, y soy de la opinión de que se convertirían fácilmente en cristianos, ya que parecen no tener religión». Después, Colón secuestró a unas 25 personas; menos de diez sobrevivieron el viaje de regreso a España. Para 1496, se estima que un tercio de la población había sido asesinada o esclavizada. En 1592, quedaban menos de 200 indígenas. Para 1555, ninguno había sobrevivido. Estos detalles, que a menudo no se estudian en los colegios, resultan cruciales para forjar nuestra identidad, inseparable de esa mezcla Afro-Indígena-Europea que nos define.
Pensar en el Día de la Raza me permite darme cuenta de que cada distorsión que tenemos sobre nuestra identidad comienza con la manera en que se nos ha narrado nuestra propia historia. ¿Qué significa entonces ser mestizo en América Latina y cómo se representa ese mestizaje en la realidad contemporánea?
La Real Academia Española define mestizo como una persona “Nacida de padre y madre de raza diferente, en especial de blanco e india, o de indio y blanca”. El mestizaje hace referencia a la historia, la cultura, el lenguaje y las razas mezcladas que compartimos los habitantes de América Latina, y que priman más allá de la extensión del territorio, convirtiéndonos culturalmente en una sola Nación. Sin embargo, en la práctica, pareciera que en vez de apreciar en la mixtura una riqueza humana y cultural, nos avergonzáramos de la impureza.
El imaginario colectivo ha intentado suprimir nuestro pasado africano y nuestro pasado indígena para exaltar el Europeo. Para comprobarlo, basta ver cómo la televisión, la publicidad y las imágenes que a diario bombardean los medios de comunicación nos impone patrones de belleza que guardan poca relación con nuestro mestizaje: mujeres altas, esbeltas, de piel clara y cabello lizo, siempre cepillado, que reproducen ideales de belleza eurocéntricos y blancos, intentando borrar toda huella de nuestro pasado africano, mientras nos siguen vendiendo cremas con propiedades blanqueadoras, keratinas para arreglarnos el cabello, y demás productos para domesticar lo que en verdad somos.
Esa visión eurocéntrica de nosotros mismos perpetúa la exclusión de las personas más oscuras y elimina cualquier posibilidad de orgullo racial. Apropósito del Día de la Raza y del gran impulso que está viviendo la lucha contra la discriminación en el mundo, debemos reflexionar sobre cómo funciona el racismo en nuestras sociedades: ¿qué es la raza y por qué es importante?, ¿qué motiva la invención del otro? En últimas: ¿por qué necesitamos narrar nuestra colonización desde otra perspectiva?
Perfil de la columnista: Viviana Goelkel / Cineasta, escritora y profesora universitaria. Egresada de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia y de la Maestría en Guión de la Universidad de Ohio, Estados Unidos. Directora y guionista de cortometrajes. Actualmente, trabaja como profesora catedrática en el programa de Comunicación Social de la Universidad del Norte.