El cuidado es una de las primeras experiencias de vida que se da y se recibe de forma cotidiana. Culturalmente el cuidado ha sido vinculado como responsabilidad de las mujeres a través de la realización de trabajo doméstico y del cuidado de los integrantes del hogar. Durante varios siglos se acudió al argumento de “la naturaleza biológica de las mujeres” para asignarles la función de cuidadoras. Este argumento tiene sus orígenes en la inquisición y en las prácticas de disciplinamiento de los cuerpos y mentes de las mujeres, a través de su reclusión en los hogares bajo la tutela de los maridos.
En 1762 el reconocido Juan Jacobo Rousseau al tiempo que escribía El contrato social, escribía también el primer tratado de educación llamado Emilio o De la educación. Mientras en el primer texto plasmaba su idea de sociedad, en el segundo definía el tipo de educación que se necesitaba para llegar a esta. Es así como Emilio se convirtió en texto de referencia en muchas instituciones de educación, en Colombia hasta el siglo XX.
En el Emilio, Rousseau, definió el rol que consideraba debía desempeñar el hombre en la sociedad, en la vida pública y en la política, así como los contenidos que orientaron su formación. El último capítulo del Emilio se titula Sofía, allí Rousseau definió que el lugar de la mujer era la casa, su función principal casarse, permanecer subordinada al marido y cuidar su hogar.
Este tratado de educación se impuso bajo corrientes pedagógicas moralistas que se convirtieron en una fábrica de género y asignación de roles, constituyéndose en mecanismo de producción de subalternidad, desigualdad y subordinación de las mujeres, así como en mecanismo de construcción de una sociedad patriarcal y machista. Bajo esta mirada, el cuidado es responsabilidad de mujeres y no de hombres. Es en este contexto en el que se sitúa el trabajo de cuidados realizado por las mujeres, trabajo invisibilizado y poco valorado socialmente. Incluso cuando el cuidado pasa a ser parte de la formación técnica y profesional este sigue siendo poco valorado, sigue siendo invisible y además mal remunerado.
Momentos cruciales en la vida como el nacimiento, la primera infancia, la enfermedad crónico-dependiente o la vejez, muestran la debilidad del ser humano y la necesidad de cuidado. Sin embargo, debido a la vinculación de las mujeres al mercado laboral, cada vez es mayor el número que trabaja fuera del hogar y cada vez mayor la crisis de cuidados, es decir, mayor la ausencia de una persona que brinde cuidado. Esto sin mencionar que, debido a los bajos salarios y precarias condiciones laborales, muchas mujeres profesionales o no, migran a otros países en búsqueda de mejores ingresos para sus familias, dejando a sus hijos a cargo de familiares, en precariedad de cuidado emocional.
Esta realidad, nos lleva la necesidad de construir un nuevo contrato social, en el que las mujeres tengan un lugar, su trabajo de cuidados sea visible y no se les subordine. Un nuevo contrato sin prejuicios, en el que sea posible una sociedad más cuidadora. En palabras de Joan Tronto una sociedad en donde cuidar sea una actividad de la especie, que incluya todo aquello que podamos hacer para “mantener, continuar y reparar nuestro mundo, de tal modo que podamos vivir en el de la mejor manera posible. Que incluya nuestros cuerpos, a nosotros mismos y a nuestro ambiente (…)” En donde entendamos que el cuidado consiste “en la suma de todas las prácticas mediante las cuales nos ocupamos de nuestro bienestar, del de los demás y del mundo natural” (Tronto, 1993p. 103).
Edilma Suarez