El próximo martes sabremos si Donald Trump es políticamente inmune al Covid-19 o hay que contarlo como una de sus víctimas. Si pierde, será no solo por el manejo errático que su administración le dio a la crisis de salud, que le ha quitado la vida a más de 230 mil estadounidenses, sino a la crisis económica que provocó.
La salud de la economía era el gran argumento de Trump para buscar un segundo mandato y recuperarla rápido una de sus esperanzas. Sin embargo, no lo logró del todo en materia de empleos pese al rebote claro que diversos sectores de la industria y del comercio han conseguido en ese país en los últimos meses.
Su derrota también sería el veredicto de la mayoría de estadounidenses sobre un presidente que no los deja dormir tranquilos y sobre un hombre que el resto del mundo no ve como el adecuado para guiar a la primera potencia planetaria.
Si Trump gana, será la confirmación de que la mayoría de los estadounidenses están hastiados de los políticos y quieren un caudillo autócrata así parezca sacado de una serie de televisión, así le crezca la nariz todos los días como a Pinocho, así le pueda más el ego que la razón. Y, entonces, Estados Unidos seguirá dividido otros cuatro años.
Sin embargo, todo indica que no será así. Hay una clara ventaja de Joe Biden en las encuestas a nivel nacional, lo cual es importante, aunque no definitorio, pero también en la mayoría de los sondeos hechos en varios de los estados visagra o pendulares, que son los claves. Pensilvania, que le dio el triunfo a Trump hace cuatro años, parece hoy en manos de Biden, quien nació allí. Y en la Florida, que otorga 29 delegados al colegio electoral, las más recientes encuestas le dan al candidato demócrata una ventaja de entre 3 y 6 puntos porcentuales, lo cual no es poco en un territorio con antecedentes de elecciones presidenciales muy cerradas.
Pero, ojo, pese al Covid, la crisis y demás, no hay que descartar sorpresas o enredos como el de la contienda del 2000, que se definió a favor de George Bush hijo por 327 votos sobre Al Gore en la península floridana.
Acercando el tema a Colombia, ¿qué le convendría al gobierno de Duque y al país: otros cuatrienio de Trump o cuatro del demócrata Biden?
Claramente, el gobierno votaría por Trump, con quien a hecho una alianza en torno a Venezuela y ha logrado cierta armonía en el manejo del problema del narcotráfico, pese a que todavía está pendiente la reanudación de la fumigación de narcocultivos, algo que para Trump es un ‘sí o sí’, y así se lo dijo públicamente al presidente Duque.
La ‘comodidad’ del gobierno con Trump se vio reflejada en su apoyo a la elección del candidato estadounidense de este para el BID, con lo cual se rompió una tradición y dejó a Latinoamérica sin la única posición financiera relevante a nivel mundial que tenía asegurada. Más recientemente el apego a Trump se ha visto reflejada en el apoyo abierto de varios políticos uribistas a la campaña republicana en Florida, lo cual disgustó a los demócratas.
Desde los años 90, cuando Colombia se convirtió en aliado realmente clave de EE.UU. en Latinoamérica, un elemento esencial de las relaciones ha sido el trabajo equilibrado con demócratas y republicanos – el llamado enfoque bipartidista-, pero evidentemente el uribismo prefiere seguir sus instintos ideológicos y sus afinidades, y no las normas diplomáticas y del sentido común. Un simple seguimiento a las encuestas habría dejado claro que un cambio de signo político en la Casa Blanca es probable y eso debería haber llamado a la prudencia al gobierno y a quienes lo representan.
Por otra parte, ese cambio -así no lo quieran en la Casa de Nariño- le podría convenir al país, como le podría convenir al mundo tener a alguien más predecible y responsable al frente de una potencia. En el caso de Latinoamérica, es evidente que Trump desprecia a los inmigrantes, y ve a la región como el viejo patio trasero.
Biden al menos tiene más conocimiento de ella por sus años en el comité de relaciones exteriores del Senado y como vicepresidente de Barack Obama. En este año tan extraño, un triunfo suyo sería algo tranquilizador.
Juan Carlos Bermúdez