Humberto Romero, uno de los hidalgos pioneros del departamento de Sucre, quienes haciendo rifas y recolectas populares lograron la emancipación de 24 municipios que se separaron de Bolívar, quiso que uno de sus hijos estudiara derecho en Bogotá, para que al regresar hiciera una carrera política y hasta llegara a ocupar la silla prieta de los Gobernadores, donde él no había podido llegar, porque su preparación académica era poca.
En efecto, Humberto envió, con gran esfuerzo, a su hijo mayor a Bogotá para que se educara en jurisprudencia y al regresar hiciera carrera política. Pero su hijo, un año después se presentó de regreso con una mujer embarazada y un acordeón en el pecho. Todos en Sucre lo conocen como “El Pollo” Romero, un acordeonista veterano, alto, de patillas espesas y dueño de una aplicación extraña para ejercer su oficio de músico de calles, parques y de moñas.
Si bien es cierto, Romero hoy es considerado con cierto desprecio como “El rey de las moñas”, me cuentan que en sus inicios logró viajar por varios países, entre ellos Panamá, con cierto éxito.
Eduardo “El Pollo” Romero Díaz, es dueño de un estilo añejo y entre sus méritos figuran los de mantener a sus compañeros de lidia desde siempre, todos de su estirpe popular, músicos humildes, que en las calles y parques, se exponen a veces a los escupitajos y al mal trato de quienes contratan sus ratos para alegrar sus parrandas por unos pesos.
Ellos trasiegan por las calles, bares y cantinas en fila india y se sabe que son músicos porque sus instrumentos los delatan y quienes los contratan por “piezas”, se improvisan como cantantes y guacharaqueros, porque «el que manda es el que goza».
Son músicos de trago largo y escupir espeso, que comienzan sus jornadas en las horas vespertinas, desde los jueves, entre el oscuro y claro de los parques, mientras las putas empiezan a posar para tramar a sus clientes en las bancas públicas.
Hace tiempo que no lo veo (al Pollo) y no sé qué será de su vida en medio de esta pandemia, pero prometo hacer algo más profundo con su perfil, que debe ser muy interesante.
«La Moña», término con el que nuestros músicos populares designan graciosa y alegremente la aventura de un contrato verbal, informal y sin precio fijo, cuando los invitan a conformar un conjunto, grupo o banda recogida a la ligera, para cumplir un compromiso de parranda, un baile u otra actividad festiva, surgió en el grupo de WhatsApp Voces y Letras que dirige el colega Rogelio Goez Barragan, a raíz de una foto publicada por Fredy Mejía, bajista de los corraleros de Majagual, el Páez y el cajero Toño Anaya, eufóricos por que se “iban de Moña” el pasado sábado.
Y fue el abogado Miguel Cabrera Castilla, excelso compositor e inigualable cantante, quien puso el cascabel al gato, resultando una simpática diatriba sobre esta actividad, defendida por algunos y calificada por otros, entre ellos el periodista Goez Barragán, como un producto de la improvisación y el rebusque, producto del desorden.
De verdad que el tema resulta interesante, cuando alguna vez escuché decir a Juancho Nieves, en forma por lo demás jocosa y jubilosa, que nuestro saxofonista mayor, Justo Almario, acostumbraba a hacer “moñas” con Julio Iglesias, Michel Jackson, Tito Puentes, y las más grandes estrellas de la música universal.
De entrada, Rogelio Goez habló de la falta de conjuntos bien organizados en Sincelejo, por lo que los músicos a la carta, que muchas veces montan guardia en la oficina más grande de Sucre (El Parque Santander de Sincelejo), están pendiente de que les caiga una “moña” para sacarse la semana, en un medio de por sí escaso de espectáculos en vivo.