Lo más morboso que vieron nuestros ojos durante el periodismo de antes, el tradicional, fue a un corresponsal de la televisión pedirle a una viuda durante el velorio de su marido muerto en una masacre, que llorara mientras la entrevistaba, porque así con la tranquilidad con que ella hablaba, “no le servía”.
La televisión obedecía a un libreto previamente diseñado, donde confluían texto, imagen y testimonio. La televisión es espectáculo, la gran red es morbo y ubicuidad. velocidad, likes.
Ahora estamos en vilo por ese morbo exacerbado, que sale directo de un celular a las redes sociales, sin ningún tipo de control ético ni editorial. Lo que interesa es que la nota se vuelva viral, que tenga “likes”. En este afán de ser visibles, han caído artistas, alcaldes, gobernadores y todo tipo de figuras. Vemos, por ejemplo, como el actor Bruno Diaz exhibe sin pudor la desgracia de su hijo Diego Andrés, para afectar la carrera política de Gustavo Bolívar.
En su nota “Sin ética no hay paraíso”, desfoga todo su dolor y su dramatismo de padre y actor. Uno no sabe si es realidad o ficción. Es una nota agridulce donde en parte hay alegría y en otro mucho dolor. En sus primeros días de la nota ya supera los dos millones de visitas.
En este tipo de noticias que buscan influenciar la sensibilidad de las audiencias- Hacia allá se dirigirá la web 5.0, el manejo de las emociones-, se utilizan los niños sin piedad, porque “ellos influyen en la decisión de compra”.
Los “prosumidores” usan la muerte, el dolor, el engaño, la mentira, a los niños, sin tapujos, en el afán de trascendencia. Las noticias, que tienen su categoría bien definida- Noticia es noticia-, son calificadas sin miramientos. Los mismos mandatarios se paran frente a la cámara para difundir cualquier evento que los pueda mostrar, sin ningún tipo de morbo.
El actual gobernador de Sucre, Héctor Olimpo, durante su campaña, usó a uno de sus hijos menores como mecanismo de venta de su imagen, lo que fue criticado por sus contradictores en redes sociales en su momento.
Al inicio de la pandemia, en marzo de 2020, pudimos apreciar al alcalde de Sincelejo, Andrés Gómez Martínez, en una publiciadad donde él hace de periodista como se echaba al hombro un bulto de arroz, anunciando a los sincelejanos que les “tenía una buena noticia”, porque los paquetes nutricionales estaban bien surtidos, pero a los pocos días fue suspendido por tres entes de control. Duró trece días fuera del cargo. Se le comprobó que había un sobrecosto del 29% en el precio de los productos. El mandatario sincelejano, sobre quien pesa un proceso de revocatoria, resarció el daño porque con algunos proveedores aún la venta no había surtido el proceso. Echó atrás, pero quedó marcado.
En la reciente muerte del gaitero de San Jacinto, Juan “Chuchita” Fernández, vimos actos de morbo exacerbado, cuando frente al ataúd, un artista empezó a transmitir el llanto de la viuda y las hijas del difunto. Era un llanto desgarrador en directo con la intención de mostrar el dolor, las lágrimas, el llanto, siendo todos conscientes de que estaban en transmisión directa.
Seguidamente, el sepelio de “Juancho” se convirtió en una parranda colectiva. En medio del llanto que despertó la muerte de “Chuchita” se prendió la parranda trasmitida casi en directo, donde todos querían salir. Se adelantaron las fiestas de agosto. La Gente soltó la perra. Y a las siete de la noche, después que en el cementerio de La Gloria se le echó la última palada de tierra al legendario gaitero, las calles de San Jacinto parecían como si se hubiera terminado una cabalgata. Llamé a un amigo a esa hora y me dijo que había mucha gente borracha por las calles. Con Diomedes Díaz fue lo mismo. La gente se fue en parranda. Nuestros músicos cambiaron la guerra por la parranda, tal como figura en las coplas del amor amor.
Uno como prosumidor, como espectador ya no tan inocente, porque nos podemos defender protestando, queda en medio de la guerra informativa, como la que se ha desatado entre las cervezas “Nativa” y “Sierra Flor”, en donde en el afán de resarcir un posible daño, funcionarios públicos prueban en directo a la cerveza de la competencia y dicen que es muy rica.
La guerra por la viralidad está como para alquilar balcones, mientras el periodismo va quedando en el fondo de la parranda. Y todo no queda allí, lo que se anuncia parece peor. La web 5.0 (vamos apenas por la web.3.0), se encargará de manejar más aun las emociones de las audiencias. Se busca darles a las audiencias lo que les gusta. Las fake News. La gente cree las noticias falsas y las promueve.
El periodismo estructurado, que busca darle muchas miradas a una sola noticia, la ubicuidad, el hiper texto, la multiplataforma y la polivalencia, la 3D y otras yerbas, aún no nos llega pleno.
También se habla del periodismo inmersivo, que busca que las audiencias vivan lo que vive el protagonista, en este caso, el periodista en el cubrimiento de un evento. Con unas gafas especiales, el espectador podrá sentir que está en el lugar de los hechos. Puede sentir a su lado como suena una bomba que explota y percibir el sonido de un diabético que se desploma de hambre mientras hace una fila.
Yo, particularmente, puedo compartir algunos eventos. Por ejemplo, durante el cubrimiento de la masacre ocurrida en el corregimiento de Chengue, jurisdicción de Ovejas, Sucre, todos los corresponsales quedamos en medio de un fuego cruzado. Dije que por allí no regresaba ni a recoger los pasos. Pero tampoco me prestaré para reconstruir mediante un video aquella escena y después vender unas gafas para que el usuario sienta como suenan los fusiles a quema ropa.
Tuve, igual, un problema con los familiares del maestro Adolfo Pacheco Anillo, durante su última recaída. Creo que allí se me fue un poco la mano. Pero era que la crónica, que siempre busca al cronista, era atractiva. El maestro cayó enfermo después de quince días de ajetreo extremo para su edad en la organización de una riña de gallos. Bebió, comió en exceso, se desmandó.
Durante su traslado desde San Jacinto a Sincelejo no dejó de hablar con el enfermero en la ambulancia. Apenas se bajó de la camilla, el maestro preguntó por la comida. Tenía hambre. Signo de que estaba vivo.
Como llegó con problemas respiratorios, en la clínica lo aislaron en una sala Covid-19, como es normal. Una cadena nacional divulgó que el maestro tenía Covid-19. Su familia no dijo nada sobre esta noticia nacional, que era falsa. Sin embargo, a mí me recriminaron porque yo dije que el maestro lo que tenía posiblemente era un guayabo, como producto de dos días peleando gallos.
Para decidir publicar esta nota, consulté los consejos de Javier Darío Restrepo, quien dijo “La labor del periodista es divulgar la noticia, la del bombero apagarla”. Yo dije la dolorosa verdad y me condenaron, Caracol Televisión dijo una mentira y lo aplaudieron.
Sin embargo, confieso que me sentí muy incómodo con la noticia, porque en medio de ella estaba un anciano (joven por su actitud tan bella), que puede ser como mi padre, quien además es mi amigo personal y mi profesor de crónica, y que, además estaba en una UCI.
Aquí, por su estado de enfermedad, debí ser más cuidadoso, y violé el reglamento ético. Pero sin duda, me dejé llevar por ese morbo de las audiencias, que querían saber si en verdad el maestro estaba realmente enfermo o era un guayabo. Allí qué en dos aguas, decir la verdad (que tenía empuñada) o callarme y proteger la dignidad del amigo.