No hay un secreto y no existe una fórmula mágica para convertirnos en artesanos del buen vivir. Vivir la vida jamás se podrá representar como una línea recta que solo se proyecta con el paso de los años. Tampoco podemos decir que la vida solo se ha de pintar en blanco y negro, pues el vivir arroja una gama multicolor con innumerables matices que hacen que la experiencia de cada persona sea única.
Lo que sí debemos considerar es que el buen vivir requiere atender los principios establecidos por nuestro Creador. Estos son esenciales a la hora de saber existir y se nos han dado a conocer para que cada persona los internalice como no negociables, pues solo así será posible que nuestro caminar se mantenga consistentemente en la senda de la realización y de lograr una vida con propósito.
Los principios están ahí, no dependen de nosotros. Están y son absolutos y lo único que podemos hacer ante ello es aceptarlos o rechazarlos con las debidas consecuencias que esto genera. Pero, para no ser indiferentes o temerosos con ellos, nos ayudará mucho el saber que la motivación de Dios al establecerlos es ante todo permitirnos experimentar su amor, su provisión y su protección mientras avanzamos día a día.
Los principios son los anclajes que nos permiten permanecer firmes frente a los embates propios de la vida. Las sacudidas y tirones son inevitables en nuestro peregrinaje y son los principios lo que nos da la solidez para no sucumbir ante todo ello.
Pueden parecer tan rígidos porque es verdad que nos limitan y nos fijan los márgenes a la hora de movernos, pero igual pasa con los rieles y el ferrocarril, sin ellos no habría movimiento y por supuesto no se llegaría a ninguna parte. Ellos nos dan estructura y nos permiten permanecer firmes para cuando vengan los tiempos difíciles no claudicar en lo que realmente es importante.
En este sentido, podemos tomar de la naturaleza lo que nos muestra con los buenos árboles, aquellos frondosos que permanecen a pesar de todas las estaciones y que en su momento producen buenos frutos pues tienen raíces firmes. Algo así ocurre en nuestra vida cuando nos edificamos en principios que son verdad, que son absolutos y que son como el aliento de Dios para que nos mantengamos triunfantes en nuestra carrera.
Sin embargo, para no caer en el extremo de pensar y tratar de vivir la vida solo de forma rígida, cuadriculada y sosa, también habrá que decir que los trenes y los rieles en su destino van curveando por todo tipo de senderos, trepando o descendiendo por empinadas cuestas, pues todo eso es parte del viaje. Además, también tenemos que considerar las muy obligadas paradas antes de llegar a su destino.
Por tanto, de la misma manera que consideramos la estructura como esencial para vivir, debemos también incluir la flexibilidad a la hora de mantener el gusto y la sazón por la vida.
En nuestro viaje veremos que se suben y se bajan personas, que en cada recodo del camino podremos apreciar los encantos del paisaje y que, en lo prolongado del recorrido, habrá amaneceres y atardeceres. Es allí, cuando la vida con el fundamento de los principios que son las raíces firmes que nos brindan estructura, también puede ser aderezada con permanentes “gotas de locura”.
“Gotas de locura”, no me refiero a los saltos temerarios al vacío, esto más bien sería idiotez e irresponsabilidad. Me refiero, a la locura de aprovechar lo inesperado, de hacer la pausa en medio del frenesí de nuestro mundo.
De dar cabida a las cosas sencillas, pero que nunca fueron simples. La locura de creer, aunque esto parece que es algo tonto para muchos y que hoy en día es como caminar contra la corriente. La locura de aceptar los absolutos y aprenderlos en un diálogo natural con nuestro Dios pues, aunque no lo vemos, sí experimentamos su presencia. La locura de volvernos como niños en la ilusión, el amor y la esperanza. La locura de cantar, bailar, reír, llorar y soñar.
La locura de no volvernos máquinas o clones con los estándares mentirosos de nuestro mundo, la locura de vivir como maravillosos seres humanos. La locura que traerá belleza y esplendidez a nuestra vida.
El cuadro final mostrará el atractivo de una vida que aprendió a combinar estructura y flexibilidad. El vivir como un maravilloso árbol que se erigió con raíces firmes y se nutrió con “gotas de locura”.