Cartagena de Indias siempre ha sido una mina de oro, no tomando de forma literal, sino que siempre fue un punto de interés, militar, comercial y estratégico, tanto así que, en la era colonial, se erigió como una poderosa metrópoli, siendo la primera Plaza Colonial más importante de Sudamérica y segunda más importante en el Caribe después de la Habana, lo que la convirtió en blanco de piratas y bandidos que buscaban saquear sus riquezas.
Las murallas entonces fueron construidas con el objetivo de salvaguardar a la ciudad de estas acciones y con el paso del tiempo terminaron cumpliendo su función de manera satisfactoria, repelieron a los piratas ingleses y le concedieron a Cartagena los títulos de Ciudad Heroica, majestuosa y símbolo del poderío ibérico.
Luego de la caída del imperio español, Cartagena termina vinculada al proyecto del futuro Estado colombiano, al ya no estar conectada a la colonia, empieza un largo periodo de decadencia, se volvió una ciudad provisional, marginalizada política, económica y culturalmente en un país orientado más hacia el espacio andino que al Caribe. El mismo sistema centralizado del Estado colombiano, por suerte, descartó toda iniciativa de destruir cualquier vestigio de la colonia como ocurrió en gran parte de continente latinoamericano.
En la actualidad, la ciudad conserva vestigios de la Cartagena clásica, porque en su estructura social y cultural tiene rasgos particulares que no han podido ser cambiados o erradicados, Cartagena se consolidó como una ciudad global, se transformó en ese motor del desarrollo turístico nacional e internacional, dejó de ser la ciudad periférica para ser de nuevo un punto de interés comercial y empresarial, pero sigue siendo estigmatizadora y excluyente, primero porque muchos habitantes, criados y nacidos allí no tienen derecho a tener una representación en las murallas, al contrario de la retórica colonial, hispánica que aún se sigue defendiendo en la ciudad y en el país, oculta la historia de luchas y resistencia por parte de los africanos frente a los esclavizadores obviando también el violento proceso de la esclavitud.
Un caso fuerte de exclusión social ha sido el desmantelamiento del barrio Chambacú y una arbitraria reubicación de sus habitantes incurriendo en el cambio de sus dinámicas sociales, económicas y culturales, ya que sacar a alguien de manera abrupta de un contexto sociocultural en el que ha vivido siempre, impide una adaptabilidad inmediata, para mostrar una cara “bonita” que se adapte a las formas de turismo que tiene Cartagena, y seguir alimentado el ideal de belleza urbana referenciándose en los estándares eurocentrados de urbanismo y turismo.
Este proceso de colonización urbana se asocia a un aparato político corrupto muy propio de las elites locales que con recursos públicos y privados se sujetan a estos proyectos urbanos para promover una visión hechiza de progreso, en realidad del progreso solo se siguen beneficiando los empresarios, hoteleros que siguen aislando física y simbólicamente el sector turístico- hotelero de los sectores históricamente maginados.
El Porvenir (periódico cartagenero) el 3 de octubre de 1913 señaló: “Esas murallas permanecen siempre en el más deplorable desaseo, son lugares de inmundicia, focos de infección, albergue de gentes inmorales”, este pequeño fragmento nos muestra una alusión despectiva a la presencia negra y pobre de quienes para entonces se encontraban viviendo en las zonas intramurales.
Vemos que las murallas han sido y siguen siendo objeto de exclusión y segregación, ¿Cuál es la función de las murallas hoy en día? ¿Un bien público, la herencia del pasado o quizás un símbolo de identidad? será que nos quieren hacer creer que hoy por hoy las murallas es ese patrimonio que «enaltece la historia de la ciudad» la defensa del reinado español, pero que sigue aplicando la segregación espacial y racial de la mayoría del pueblo cartagenero.
¿Será que es discurso de patrimonio el que segrega a los habitantes y mucho más si estos son negros, pobres, marginados o en condición de discapacidad? y que solo hacen parte del sistema cuando se tratan de decorar y mostrar una Cartagena colorida, como es el caso de las palenqueras quienes hacen parte del discurso turístico, un icono bien explotado en función del discurso turístico.
Sigo soñándome una ciudad inclusiva, en donde los habitantes se apropien de su historia, en donde el turismo se viva mucho más allá de las murallas, una Cartagena también hecha para los cartageneros.