- Con el fin de dar inicio formal a este escrito, se definen los tetrápodos como un clado de animales vertebrados con cuatro extremidades, ambulatorias o manipulatorias. Los anfibios, mamíferos, reptiles y aves son tetrápodos, incluidos los anfibios ápodos y serpientes, cuyos antepasados tenían cuatro patas.
Los tetrápodos europeos que llegaron con la conquista a América fueron el caballo, el cerdo, la vaca, la cabra y la gallina, ingresaron junto a marineros, hidalgos y religiosos en las 17 naves que en 1493 durante el segundo viaje de Cristóbal Colón arribo a este territorio.
Ellos al igual que los humanos viajeros también iniciaron su propio proceso de conquista de América, colocados en un ambiente que era un reto para su adaptación ecológica. Excepto los perros de origen peninsular, que también entraron en la mencionada expedición, las demás especies domesticas ya enunciadas, como tal, no existían en la nueva tierra.
En su primer viaje Colón describe la presencia de perros junto a los nativos: <<Bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que no ladraban>>. Posteriormente, el cronista Oviedo se refiere a que tanto en Tierra Firme, la Nueva España, Nicaragua y Santa Marta: <<Eran todos estos perros, aquí en esta las otras islas, mudos, aunque los apaleasen ni los matasen, no sabían ladrar; algunos gañen o gimen bajo cuando les hacen mal>>.
Los perros nativos mudos y disponibles, fueron usados como alimento por los españoles, no sucedió lo mismo con los canes recién llegados a los que se les mantuvo y se pasó a perros entrenados, principalmente para matar e infundir terror en los nativos. Si los españoles se asombraron de la docilidad de los canes hallados en América, los indígenas en general se horrorizaron de la agresividad y fiereza de los perros de Castilla (Piqueras, 2006).
En el mismo sentido se puede leer en Informantes de Sahagún (Códice Florentino) sobre los perros de los conquistadores y como los presenciaban los nativos: <<Son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo… Son muy fuertes y robustos, no están quietos, andan jadeando, andan con la lengua colgando>>… No hay duda del miedo que las bestias en cuestión causaban.
Sin entrar en disquisiciones ecológicas, fue, tal vez, el perro recién llegado el que socialmente tuvo el mayor impacto devastador sobre el equilibrio ambiental en los lugares en donde se le usó para conquistar violentamente. Es evidente al leer lo escrito por Piqueras (2006), cuando afirma, que: <<A partir de 1492, los ladridos de los perros de guerra peninsulares, alanos, lebreles, mastines, galgos, podencos o sabuesos, más tarde criollos, expertos en olfateos y persecuciones, luchas, desgarros y destrozos, despertaron definitivamente a un continente en donde había reinado hasta entonces el más absoluto de los silencios caninos>>… en donde los depredadores naturales estaban en equilibrio… en donde las poblaciones se controlaban naturalmente entre sí.
En esta narrativa de tetrápodos y la conquista, en cita del cronista Oviedo, se halla descrita la práctica denominada aperrear, descrita como: <<hacer que perros comiesen o matasen, despedazando el indio>>… una evidencia más de la brutalidad para la que fueron usados los perros. Una prueba más del alto impacto de destrucción social perpetrado para imponer un nuevo orden y una certidumbre adicional del comienzo del desequilibrio ambiental impuesto… Naturalmente, no es culpa del can, como especie domesticada su manipulación puede conducirlo sin culpa alguna a la barbaridad de quien lo adiestra o quien lo utiliza.
El aperreamiento era una forma de castigo, a veces una forma de diversión. Suplicio de amplia base histórica, que en esencia era una trasgresión desde el momento en que como premio alimentario para el perro, no por otra utilidad, se le entregaba el cuerpo del aperreado.
El aperreamiento no necesariamente debía de comportar el consumo del cuerpo del aperreado. Este sería siempre una concesión o premio del conquistador a los servicios prestados, solucionando a su vez el problema de la alimentación del can y estimulando al mismo tiempo la conducta asesina del ejemplar (Piqueras, 2006).
De las vacas, los caballos, los cerdos, las cabras y las gallinas, excepto su importancia en la seguridad alimentaria que desde aquel entonces hasta hoy poseen y su aporte al desarrollo productivo de América, nada estricta y socialmente lesivo puede decirse de ellos, salvo que se piense en el papel ambiental que han jugado en las inculpaciones de deterioro ecosistémico con que se les puede asociar… Nada comparativamente hablando si se le confronta con los conquistadores y sus perros en el Nuevo Mundo.