Uno es feliz con sus libros cuando sabe quién los carga en su mochila o los tiene en su biblioteca. Eso sucede en la etapa de la fiebre de ser escritor, y uno mismo los reparte y se los envía a quienes deben leerlos y manosearlos.
Pero cuando ya nuestros libros pasan de miles, empieza el sufrimiento, porque no conocemos su destinatario ni su destino. Ellos quedan esparcidos en manos anónimas. Y cuando ya no nos queda ni uno solo en nuestra propia biblioteca, se sufre de ausencia. He sido un buen regalador de libros. Mis libros se venden y se regalan bien.
El mejor comentado, sin duda, ha sido «Ensayo sobre la diabetes», que goza de cierto lirismo y pregona el hedonismo, el arte de divertir, según la crítica. Hace días hallé uno en mi biblioteca, ya amarillento, y me gustó mucho, tanto que no parece hecho mío. El más vendido ha sido En Cofre de Plata, mientras que La TV en una mochila, fue presa del comején.
En Cofre de Plata, música corralera, de la plaza de Majagual a la modernidad, que cumplirá veinte años de su publicación el próximo año, lleva dos ediciones agotadas. Abel Médina, quien me declaró como su mejor enemigo, dice que este libro es un insulto al vallenato. Le hizo tanta publicidad que se agotó.
Hoy, casualmente me hallé un ejemplar de la segunda edición, cosido, en una venta callejera y no dudé en comprarlo por un buen precio. La derrota de un libro es la derrota del autor por eso cada que me hallo uno de los míos es como un grito de victoria.