Pensé que era imposible sustraerse, aunque fuese por una noche, del bendito vallenato. Nacimos arrullados por una gaita, pero nos terminaron criando con el vallenato que primero fue crónica y después poesía. Ahora nos tiran el vallenato- al menos lo que queda de la expresión – al desayuno el almuerzo y la cena.
En Sincelejo y Montería, las emisoras populares, que promovían rancheras, noticias y el canto sabanero, fueron reemplazadas por Radio Uno, vallenato ventiao y después Transmisora Sucre por vallenato sin miedo.
Después llegó el fenómeno de los pastores y los brujos que terminaron con la radio y desaparecieron los programas del Gaba, Radio periódico El Caimán, costumbres y tradiciones de Eugenio González, Canto Sabanero de los hermanos Martínez y hasta callaron los perros de Aurelio Gómez Jiménez. A Radio Piragua la adquirió la Diócesis de Sincelejo y a Ecos de la Sierra Flor, el pastor Sergio Ramírez.
Tengo un amigo culto, que lee 50 libros al año. Los subraya y los comenta. Sabe de gastronomía, de licores y de mujeres. Además se da el lujo de volar de Bogotá a Sincelejo a jugar un partido de fútbol.
Ese gran amigo, a quien la vida no le ha sido fácil, pero que está viviendo lo mejor de sus años, me invitó a mi y a mi hija menor a comer a su casa. Él mismo ordenó la frugal cena, escogió los licores y la música, que ordenaba desde una Tablet por Bluetooth. Claro, antes nos preguntó qué deseábamos escuchar. Casi le pido a Adolfo Pacheco. Fue una lección para todos, especial para mi hija, que le gusta el canto. Nos puso a escoger entre vino, aguardiente amarillo y Buchanan. Mi amigo recibió una gran herencia de su padre, que era un gran coleccionista de música, un musicólogo.
No escuchamos en toda la noche un solo vallenato. Lo más cercano y a la vez alejado del vallenato, fue una versión del mochuelo grabada en España por el joven Pedro Pablo Polo, con una acústica de otro mundo. Y después nos remató con versiones de Leonardo Gamarra, el compositor de moda en toda Colombia.
Antes de que llegaran otros amigos, nuestro anfitrión deleitó la luna llena. Luna rosada, en el parque de las iguanas, con versiones de Luis Gabriel, Piero, Julio Iglesias, Roberto Carlos, Ana Gabriel y otra bolerista, mientras yo me declaraba ignorante musicalmente.
La noche pasó silenciosa y agradable, con una charla culta, sin necesidad de Martín Elías Junior ni otro de esos tantos que suenan hasta en los radios apagados.