¿Es posible encontrar o construir un nuevo rumbo social en la ciudad de Cartagena? En nuestro sistema capitalista, cuyos efectos se sienten con mayor rigor en ciudades como la nuestra, podemos ver claramente como se han intensificado los problemas urbanos en los inicios de este siglo XXI.
Las investigaciones sobre este tema no son para el futuro nada halagüeños, más bien lo que se muestra es un perfil donde la catástrofe social parece inminente.
En la creciente concentración de la población en la ciudad y en sus áreas rurales intermedias, se puede observar que el gran deterioro de la calidad de vida urbana, y como constante, se mantiene una tendencia hacia la desintegración social la cual se expresa en altos niveles de violencia y por ende de delincuencia.
La pérdida de gran parte de las funciones reguladoras del Gobierno Distrital, son consideradas como algunas de las características actuales de una ciudad con una sociedad extraviada.
De este concepto sobre nuestra sociedad podemos decir con meridiana claridad que lo que estamos pasando es una clásica época de “crisis” que por certidumbres políticas, y qué como fenómeno logró descomponer la macro-sociedad cartagenera constituida por la familia, la comunidad y la vida cotidiana.
En Cartagena se partía de una teoría que concebía a una sociedad consolidada, donde el capital económico era esencia de la misma, y en la que la dependencia daba cuenta de la problemática urbana.
La ciudad en el siglo XX se definió como el lugar de la reproducción de la fuerza de trabajo que con su planificación y como una racionalidad critica producía una anarquía a ese mismo capitalismo.
Cartagena llegó a ser considerada como una de las ciudades con una fuerte economía de carácter industrial-familiar, pero debido a los cambios producidos por lo que se llamó “La apertura económica» e inicio del destructor laboral conocido como el «neoliberalismo” y por los conflictos o falta de visión empresarial y familiar, se fue perdiendo ese importante musculo financiero-social, hasta originar una enorme inestabilidad en muchos núcleos familiares que se caracterizaban por una modalidad de trabajo interdisciplinario.
Podemos decir entonces que esta etapa finalizó con el escepticismo en torno al “desarrollo social» dando paso a la teoría de ser dependiente del Estado.
Perdido el rumbo social aparece la elección popular de Alcaldes como instrumento de cambio o más bien de obstáculo para una transformación social, la cual estuvo precedida aproximadamente durante 30 años por prácticas empíricas de hombres que se quedaron sin trabajo.
Al cerrarse ante ellos las puertas de las fábricas, muchos se desplomaron en abismos de desesperación y de culpabilidad, quebrantando su autoestima por la mal recordada papeleta de despido. Finalmente, el desempleo pasó a ser visto a una luz más sensata, no como resultado del fracaso moral del individuo, sino de fuerzas gigantescas que escaparon al control de las personas.
La mala distribución de la riqueza, la inversión miope, la especulación desatada, las desacertadas políticas comerciales y las medidas administrativas estúpidas de gobernantes y concejales ineptos que no se enfocaron en lo social sino en sus intereses meramente individuales.
El rumbo social no se perdió por la debilidad de los trabajadores despedidos, se perdió porque tanto el gobierno como los concejales, así también como la empresa privada han sido quienes continúan fomentando el desempleo e incrementando el trabajo informal originando con esta modalidad un cataclismo económico y una pérdida por menoscabo social.
Lo grave de este detrimento social y económico es que no se vislumbra por ahora posibilidad o programa alguno que trace un nuevo camino que le garantice el éxito a nuestra sociedad.
Se aproximan nuevas elecciones. Votará la sociedad cartagenera por los mismos políticos que son culpables de esta tragedia social?