En Colombia cada día amanece con una nueva sorpresa presidencial, y esta semana no ha sido la excepción. La última “Petrochimoltrufiada”, como ya muchos han empezado a llamarla con cierta mezcla de burla y resignación, nos ofrece un espectáculo digno del mejor teatro del absurdo: primero se emite un decreto para convocar una consulta popular, se arma la alharaca, se polariza aún más al país, y luego (como si se tratara de un truco de magia barato) el mismo presidente lo deroga para anunciar, sin sonrojarse, que lo que realmente quiere es convocar una asamblea nacional constituyente.
Petro no está gobernando, está improvisando. A falta de resultados palpables, su estrategia parece ser una sola: lanzar cortinas de humo tan densas como sus discursos, para distraer a los colombianos de lo esencial. Mientras la inseguridad crece, la economía se resiente, los precios no ceden y la gente clama por soluciones reales, él insiste en mover las fichas institucionales como si estuviera en una partida de ajedrez personalísima. Y lo más preocupante: lo hace desde la narrativa del mesías incomprendido, como si todo el país debiera adaptarse a sus caprichos de cambio permanente, sin planificación, sin consensos, sin legalidad clara.
Habla nuevamente de una constituyente como si eso fuera una varita mágica que solucionará todos los males. Como si los problemas estructurales del país no tuvieran nada que ver con su mala gestión, sino con un texto constitucional que, paradójicamente, fue el resultado de un verdadero proceso democrático en 1991. Pero Petro ya no busca gobernar: busca reescribir las reglas del juego, porque las actuales le incomodan. Y para eso, no tiene reparos en saltarse el Congreso, ignorar la ley, y usar el poder del verbo encendido para disfrazar su desesperación más sus delirios desmedidos de grandeza.
En redes sociales, los ciudadanos no se han quedado callados. Con sarcasmo y molestia, muchos han señalado que este vaivén presidencial parece más un libreto de comedia que una política de Estado. “De consulta a constituyente, sin escalas ni razones”, decía un usuario en Twitter. Otro preguntaba si, al paso que vamos, la próxima propuesta será gobernar por decreto vitalicio mientras se redefine el significado de democracia. Porque esa es la sensación creciente: que Petro, en lugar de liderar un gobierno serio, ha optado por una campaña interminable de egolatría institucional.
Lo más grave es que cada una de estas maniobras (mal pensadas y peor ejecutadas) termina debilitando aún más la confianza ciudadana en las instituciones. Ya no se trata solo de criticar el estilo de gobierno, sino de alertar sobre los daños que este estilo deja: un país en vilo, polarizado, confundido, y cada vez más cansado de ser usado como laboratorio de ensayo político. Lo que se necesita hoy es responsabilidad, resultados, y respeto por la institucionalidad. Pero parece que al presidente le sigue quedando más cómodo el papel de agitador, del incendiario, del bravucón del barrio, que el de estadista.
Así que sí, esto ha sido otra más de sus acostumbradas Petrochimoltrufiadas, una más en la larga lista de despropósitos. Ojalá el país despierte antes de que nos cambien la Constitución sin que sepamos siquiera por qué. Porque de consultas improvisadas y constituyentes sin sentido, también se pueden construir dictaduras. Y Colombia no está para más humo. Está para soluciones.