En esta nueva era donde un celular con cámara, un micrófono con un logo y una conexión a internet bastan para autoproclamarse “periodista”, urge levantar la voz en defensa del verdadero oficio. El periodismo responsable, ese que se construye con ética, vocación y rigor, está siendo desplazado —y, peor aún, ridiculizado— por una avalancha de personajes sin formación ni principios, que confunden hablar bagazo frente a un celular con ejercer el sagrado deber de informar.
El periodista auténtico no busca likes ni aplausos fáciles. Se forma, investiga, contrasta fuentes y, muchas veces, arriesga la vida por contar la verdad. Es el que madruga, trasnocha, camina, se embadurna de calle, se enfrenta al poder y a los silencios impuestos por la corrupción o la violencia. No hay glamour en esa labor; hay sacrificio, precariedad y muchas veces, miedo. Mientras tanto, los “influencers noticiosos” posan para las cámaras, editan videos con efectos y dramatismo de feria, y venden versiones amañadas o desinformadas al mejor postor a esos que les gusta el show para esconder la realidad.
Hoy se premia la superficialidad y se castiga la profundidad. Basta con hacerse amigo del político de turno o lambonear en redes para recibir pauta oficial. Montan portales fantasmas que no conocen la estructura mínima de una noticia, pero sí dominan la técnica para inflar cifras, aparentar influencia y cobrar como si informaran. Lo que hacen no es periodismo: es oportunismo digital disfrazado de irreverencia. La opinión sin contexto se convierte en veneno, y el chisme viral en arma.
Detrás de cada verdadero reportaje hay horas de trabajo, viajes mal pagos, amenazas ignoradas, y un respeto profundo por los principios básicos: veracidad, independencia, responsabilidad social. Eso no se improvisa. Eso se siente o no se tiene. El periodismo es vocación o no es nada.
Confundir al periodista con el sapo que graba todo sin contexto, o con el lambón que recita discursos oficiales, es una falta de respeto. Peor aún, es un daño directo a la democracia. Porque sin periodismo serio, sin control social fundamentado en la verdad, se apaga la luz que alumbra los rincones del poder.
Es hora de hablar claro: los medios serios no deben competir con el ruido de las redes ni con la banalidad de quienes facturan por mostrar bobadas. Lo suyo es otro camino: el de la credibilidad. Pero también es momento de exigir que la pauta pública se otorgue con criterios de transparencia, profesionalismo y alcance real. No más negocios turbios disfrazados de emprendimientos comunicacionales.
Si seguimos aplaudiendo a los que venden humo, pronto nos intoxicaremos con mentiras. Y cuando el país necesite voces serias, será demasiado tarde.
No, no es lo mismo ser sapo, lambón o periodista. El primero graba por conveniencia. El segundo habla para quedar bien. El tercero escribe con la conciencia de que su palabra puede cambiar destinos, derrumbar imperios o salvar vidas. El periodismo, el de verdad, no necesita filtros de Instagram: necesita valor. Por eso, hoy más que nunca, ser periodista es un acto de resistencia.