En medio de múltiples necesidades producto de la pobreza extrema en la que vivía por allá en 1971, doña, Marina Ester Blanco Carey, dio a luz a una bebé que con mucho esfuerzo fue formando en principios y valores para que años más tarde se convirtiera en una reconocida líder social que hoy tiene el gran sueño de empezar a construir desde el Palacio de la Aduana “Una Nueva Cartagena”.
Jacqueline Perea Blanco, nació un 19 de octubre en medio de la desesperanza en el sector Rafael Núñez, Callejón Pekín del barrio Olaya Herrera en Cartagena de Indias. Creció en medio de penurias, era tanta la pobreza que muchas veces no había siquiera un fosforo para prender aquel viejo fogón de leña ubicado en el patio fangoso de la casa de su abuela Regina construida en bareque, zinc y cartón que colindaba con la Ciénaga de la Virgen. Allí siempre la veía lavando ropa ajena para ganarse unos pesitos y subsistir con sus 11 hijos a quienes por esa difícil situación económica no pudo darles educación.
Crecer bajo aquel panorama sombrío donde sus juguetes eran los cangrejitos rojos que salían de las piedras, le permitió a Jacqueline vivir en carne propia las necesidades que hoy afrontan miles de cartageneros que a duras penas tienen para una sola comida, sin derecho a una educación en condiciones dignas, ni a enfermarse porque no hay formas de llevarlos al médico, mucho menos para comprar medicinas que realmente ataquen las enfermedades producto de las malas condiciones sanitarias en las que viven y donde muchos mueren por falta de oportuna atención.
Los tormentos padecidos aún perduran en su mente y al recordarlos se le quiebra la voz y sus ojos a un punto de estallar en llanto. Durante siete años vivió en Olaya Herrera donde le tocaba caminar a pie descalzo por aquellas callecitas fangosas abonadas con conchas de coco y donde para pasar de un lado a otro había que utilizar los puentecitos de tabla construidos por los mismos vecinos.
Con el paso de los meses su madre logró alquilar una pequeña habitación en el sector El Tancón del mismo barrio, allí vivían las dos y mientras doña Marina estaba trabajando, ella quedaba al cuidado de Susana, la mujer que la había bautizado.
Comenzó a estudiar la primaria cuando tenía cinco años, muy pocos conocían el esfuerzo que hizo Doña Marina para matricularla en el Mixto de La Popa y más aún para mantenerla en un colegio donde prácticamente dejaba casi todo lo que ganaba al mes. Transportarse desde El Tancón todos los días para llegar al Pie de la Popa era otro viacrucis, su madre la llevaban en bus, algunas veces no había para el pasaje hasta que apareció un ángel en el camino que se ofreció a transportarla sin cobrar un solo centavo. Se llamaba Francisco.
Dos años después su madre consiguió un nuevo amor con el que tuvo tres hijos más. Esa nueva relación le permitió salir de Olaya y se fueron a vivir al barrio Los Caracoles a una vivienda de interés social, ya la vida parecía sonreírles aun en medio de la precariedad. Ahí vivió muchos años.
Su padrastro era contador empírico de la entonces empresa de transportes Unitrasco. Jacqueline, dice que lo más emocionante para ella era cuando allí hacían las fiestas de Navidad porque era el momento de tener un buen regalo en sus manos, Siempre anhelo tener una bicicleta pero las condiciones económicas no daban para tanto.
Su madre con lo poco que ganaba trabajando como doméstica en casas de familia, sacó a crédito una enciclopedia de esas que ofrecía el círculo de lectores con 22 tomos y se la regaló para que a través de la lectura conociera el mundo. Para entonces tenía 13 años y le gustaba leer temas relacionados con historia y geografía. A Doña Marina le gustaban mucho los libros pero no sabía leer, aprendió siendo abuela gracias a un profesor que le consiguió su hija Jacqueline.
En un diciembre a su madre le alcanzó el sueldo para regalarle un piano de juguete del que aún recuerda sus colores y su sonido, fue allí cuando comenzó a gustarle la música romántica pues su mamá cantaba por toda la casa todo el tiempo y aun lo hace.
Pasado un tiempo vino la separación de su madre con su padrastro y decidieron mudarse para el barrio Villa Rosita cerca de la terminal de transportes donde seguían ganándose el pan con el sudor de su frente en medio de condiciones adversas pero en casa propia.
La secundaria comenzó a hacerla en el INEM de Cartagena donde llegaba caminando, pero antes de irse le tocaba dejar la comida hecha para sus hermanos porque su mamá seguía trabajando, comían lentejas con arroz, huevo con arroz y lentejas con salchichón, “no alcanzaba para más”.
Las carencias por las que tuvo que pasar no solo fueron en la niñez, ya en la adolescencia, le tocó abandonar los estudios para dedicarse a trabajar. Las necesidades estaban a la orden del día, de alguna forma había que buscar la plática para solventarlas, su madre comenzó a hacer empanadas que ella junto con su hermano Pedro vendía desde las cuatro de la mañana en Muelles del Bosque con jugo de naranja hasta la una de la tarde, en ese trasegar estuvo un año y medio. De esta forma ayudaba a su madre con la que siempre ha batallado por los caminos de la vida.
Cuando la venta de empanadas y un carrito de perros que atendía la mamá allá en ese barrio no daban para tanto, buscó la ayuda de su padre biológico, Rogelio Perea Freile, quien era dueño de una ferretería donde aprendió el arte de vender y conocer cada herramienta y toda la línea de repuestos para vehículos. En una vieja motocicleta que dominó después de varias caídas, recorría la ciudad recogiendo el dinero de quienes tenían créditos en aquel negocio, allí estuvo como 7 años, trabajaba los sábados.
Retomó sus estudios de secundaria y cuando ya estaba por terminar el último grado salió embarazada y la expulsaron del Colegio porque para entonces las directivas consideraron que era un mal ejemplo para el resto de las alumnas.
Fuera de las aulas, solo con el apoyo de su inseparable amiga y progenitora, decidió tener a su hijo Steven Andrés quien reside en Estados Unidos. Después terminó en el nocturno Rafael Núñez.
La desgracia parecía seguirles los pasos. Su hijo nació un 7 de diciembre de 1990 y un día antes se inundó Villa Rosita y se llevó lo poco que habían logrado tener incluyendo una pequeña tienda de abarrotes. La corriente se había llevado hasta sus esperanzas. Para colmo de males Jacqueline tuvo que regresar con un día de parida a la casa donde ni siquiera había un sitio seco para acostarse. Comenzaba a vivir otro viacrucis ya no se podía estar allí y meses después llegaron al barrio Los Cerezos a unos lotes que había cedido el gobierno distrital pero no contaban con los servicios públicos. Allí vivió 23 años.
Su vida era una constante lucha y había que comenzar de cero. Con lo poco que le dieron por su casita en Villa Rosita construyeron una sola habitación y ahí estaba todo. Con los vecinos bajo el liderazgo de Jacqueline comenzó la batalla y lograron legalizar el barrio con todos sus servicios. Después vino la pavimentación en concreto rígido y más soluciones a varios problemas.
Por su liderazgo, Jacqueline Perea Blanco, fue elegida presidenta de Junta de Acción Comunal y en ese ejercicio conoció al hombre con quien comparte su vida hace 25 años, José “Pepe” Del Toro, quien era en ese entonces gerente comunero por petición del alcalde de la época, Guillermo Paniza.
Su esposo se ha convertido en su guía, su principal consejero y maestro. Tienen dos hijas Natalia Andrea quien estudia derecho y además es empresaria y pastora de una iglesia, la otra es María José, estudiante de ciencias políticas en Barranquilla.
Desde niña tenía clara su meta, quería ser abogada para ayudar a la gente pobre, así lo expresaba cuando en los reinados del barrio Los Caracoles le preguntaban que quería ser cuando grande. “Mi mamá siempre me recuerda eso”.
Contra viento y marea comenzó a forjar sus sueños con la certeza de vencer los obstáculos que el destino le ponía. Graduarse como abogada era su mayor sueño, tres veces se presentó en la Universidad de Cartagena, cuando iba por el octavo semestre de nuevo la falta de recursos tocó la puerta y tuvo que ausentarse durante tres años, al regresar la bajaron al cuarto semestre hasta que por fin a sus 40 años logró aquella anhelada meta, hizo una especialización y se graduó como magister en la Universidad del Norte, ahora va por un doctorado. “Me gusta dar la pelea, yo creo que a estas alturas luego de haber batallado tanto nada me queda grande”.
“Jacque” como la conocen popularmente dice que toda su vida se ha preparado para aportar en las soluciones a las múltiples necesidades que tiene una ciudad como Cartagena de Indias que hoy está prácticamente en la olla como consecuencia de malos manejos administrativos. “Hoy me la juego por mi ciudad y pido a los cartageneros un voto de confianza para demostrar que las cosas se pueden hacer bien desde el gobierno. Quiero ser Alcaldesa y empezar a construir una nueva Cartagena”.
La mujer que nació en una cuna pobre y que hoy es ejemplo de pujanza y superación, se define como una guerrera que asume el reto de servirle a Cartagena de Indias esta vez, si Dios lo permite desde el sillón de la Alcaldía donde se han sentado muchos con buenas intenciones pero carcomidos por la corrupción por falta de preparación. “Para no ir tan lejos Cartagena viene en una crisis administrativa desde el gobierno de Campo Elías Terán, él estaba lleno de buenas intenciones porque era un hombre noble pero muy mal acompañado”.
Quiere dar el paso y dejar una gran huella para sus hijos y sus nietos que digan que una mujer empezó a transformar a Cartagena en una nueva Ciudad. Su lema “una mujer con pantalones” simboliza el overol de la clase trabajadora.
La mujer con pantalones inscribe su movimiento significativo “Una Nueva Cartagena” este miércoles 8 de marzo de 2023 para recoger firmas y candidatizarse a la Alcaldía con el respaldo ciudadano. “Yo no le cierro la puerta a los partidos porque son la institucionalidad de la política y no en vano hay tradición de partidos como por ejemplo Liberal y Conservador en la vida del país. Me siento más cómoda en un movimiento significativo”
Se considera una mujer independiente que se ha venido abriendo paso en la vida pública en favor de los más necesitados, ha conformado fundaciones y corporaciones para ayudar a niños, jóvenes y mujeres. Conoce a los gremios políticos, estuvo en el partido de la U como candidata a la Cámara de Representantes por Bolívar logrando la segunda mejor votación.
Asegura que de ser alcaldesa, el 60% de su gobierno estará conformado por mujeres no porque los hombres no tengan la capacidad, sino para mostrar que en la ciudad hay muchas mujeres preparadas para afrontar retos y tomar decisiones importantes.
Le apuesta a generar confianza y desarrollo económico y social para que los diferentes sectores se sientan representados. “Vamos a luchar contra el hambre, la inseguridad, la movilidad y atacar los problemas con verdaderos planes de choque”.