El 12 de marzo de 1996, un ataque desmesurado y cruel golpeó a la pequeña población de Chalán, Sucre, en el corazón de los Montes de María. El Frente 35 de las FARC, en una muestra de terror sin precedentes, empleó una estrategia macabra: un burro cargado con explosivos, utilizado como arma de guerra, fue detonada frente a la Estación de Policía. Este sería un acto que quedaría grabado en la memoria colectiva de los colombianos y de quienes tuvimos la fortuna o la desgracia de ser testigos de semejante barbarie.
Como periodista encargado de la sección de sucesos para el periódico El Universal, me encontraba comprometido con la verdad, dispuesto a cubrir cualquier hecho que pudiera marcar un antes y un después en la historia de Colombia.
Ese día, como muchos otros, llegué temprano a las oficinas del periódico, ubicadas a un costado del comando de la Policía en Sincelejo, en donde la confusión reinaba. La noticia ya estaba siendo confirmada por los pocos policías que se encontraban afuera del edificio: 11 de sus compañeros habían sido asesinados. El acceso a la zona, según se decía, estaba minado y por tanto el apoyo terrestre no había podido llegar, pero los reporteros no podíamos quedarnos atrás.
Santiago Pérez, fotógrafo de El Universal, y yo habíamos trabajado en varias coberturas juntos, y esa mañana sabíamos que había algo más en juego que solo la noticia; se trataba de una historia que trascendería, que cambiaría la manera de contar la violencia en Colombia. Ya habíamos estado en Chalán, varias veces y nos habíamos hecho amigos de los policías de la estación. Aquella amistad, forjada por el tiempo y la confianza, hizo aún más difícil enfrentar lo que sucedió ese fatídico día.
Cuando llegamos, lo primero que vimos fue la bandera de Colombia, destrozada, entre los escombros, manchada con la sangre de aquellos 11 valientes policías que murieron en cumplimiento del deber. Al ver aquella escena, en mi mente se dibujó de inmediato la imagen perfecta para la portada del periódico. “Esa es la foto, necesito esa foto” le dije a Santiago, quien, con su aguda visión, comprendió inmediatamente lo que había que capturar, eran los tiempos de la cámara réflex. Sabíamos que era necesario transmitir no solo la tragedia, sino también el heroísmo de esos hombres que resistieron durante horas el ataque de cerca de un centenar de guerrilleros, armados hasta los dientes.
Santiago, además de ser fotógrafo, se había convertido en un maestro para mí. Juntos formábamos una fórmula periodística casi perfecta: él, con su cámara; yo, con las palabras. Había aprendido de él muchos secretos de la fotografía, pero esa mañana, lo que necesitábamos capturar no era solo el horror. Queríamos mostrar la crudeza de la realidad, la desesperación, pero también la resistencia. La imagen de esa bandera, entre los escombros, sería nuestra contribución a la memoria histórica.
Pero yo no solo trabajaba para El Universal. En esa época, mi vínculo con el periodismo se extendía más allá de los periódicos. También era corresponsal del noticiero CV Noticias y colaboraba con Atlántico Noticias, la emisora dirigida por Jorge Cura Amar, quien, además de ser su director, presentaba las noticias nocturnas. Aquel día, mientras la tensión se apoderaba del ambiente, sabia que la noticia de aquel sangriento ataque ya estaba corriendo a nivel mundial y que debía ir a Chalán, a corroborar la magnitud del ataque.
Lo que sucedió después fue un impulso de decisión. Santiago y yo, sin pensarlo mucho, decidimos ir en su motocicleta y desafiar el peligro. Viajamos por una vía polvorienta, confiando en que si íbamos por el centro de la vía no seriamos blancos de los «sombreros chinos» que instalaban los subversivos para detonarlos al paso de la fuerza pública. Nos adentramos en lo que sería un infierno de fuego y muerte. En esos tiempos, la comunicación se realizaba a través de teléfonos fijos y beepers, lo que nos obligó a improvisar y hacer llegar la información lo más rápido posible, a pesar de las dificultades.
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Llegamos a Chalán, y presenciamos una de las escenas más macabras de nuestra carrera: la estación de Policía destrozada, los restos de los 11 policías, y el eco de los disparos que aún retumbaba en el aire. Durante horas, los guerrilleros del Frente 35 atacaron sin piedad. El uso del burro como un artefacto explosivo fue una estrategia inédita en la historia de los conflictos colombianos, un acto de barbarie que mostró hasta dónde había llegado la deshumanización en la guerra.
Aquel día, mientras el país entero aún digería la noticia, yo me encontraba, junto a Santiago Pérez, buscando la mejor manera de transmitir lo sucedido. Habíamos sido los primeros en llegar, los primeros en captar la magnitud del horror. La información que envié vía telefónica a Barranquilla fue apenas el principio. Por cosas del destino la cobertura se extendió a QAP Noticias, el noticiero más importante del país, y mi voz llegó a todas partes del mundo.
La tragedia de Chalán, el sacrificio de aquellos policías, y el uso de un burro como arma de guerra, quedarían grabados en la memoria de todos quienes tuvimos que relatarlo. Y como periodista, mi tarea era clara: contar la verdad, contar lo que sucedió, para que no se olvidara jamás.
- En la próxima entrega: el duro trabajo de un camarógrafo en el cubrimiento de la masacre.



