El palo no está para cucharas, ni mucho menos para echar limón al ojo lloroso. Por el contrario, es momento de solidaridad con el expresidente Álvaro Uribe, que no ha sido una pera en dulce, pero tampoco se merece lo que está pasando.
Cuando al río lo desvían, pongan la firma: recupera su cauce natural, tarde o temprano. El expresidente Uribe desvió el curso normal de la política en Colombia, que sufría su propia depuración, y tomó el camino de imponer al paracaidista Iván Duque, con su atropellador gobierno sobre quienes forzadamente lo eligieron. Ya lo había hecho con Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga: “el que diga Uribe”, pero Duque fue la cereza del pastel.
El primero que se llevó su garrotazo de Duque fue José Félix Lafaurie, que, postulado para contralor, fue apartado del camino por Duque, con la omnipotencia de la investidura presidencial. Por demás, Lafaurie no merecía ese trato y Duque —el paracaidista— no era digno ni merecedor de ser presidente. Si no lo impone Uribe, desconociendo a sus fieles y preparados batalladores como Francisco Santos, Duque jamás habría sido presidente, y el país, y el mismo Uribe, no estarían en este doloroso trance.
Uribe es un hombre que ha trabajado por Colombia, con aciertos y equivocaciones. Con arrogancia, sí, y con tintes mesiánicos, también. Pero nadie puede desconocer que ha puesto el pecho por el terruño colombiano. De allí a que Timochenko esté feliz en el Congreso y Uribe al borde de los barrotes, hay una injusticia de aquí a la luna. Sin dejar de lado que el proceso de paz era necesario —para tener a un Timochenko criticable, antes que colocando bombas y esparciendo terrorismo— también lo es que Álvaro Uribe, con todos sus desaciertos, está lejos de merecer este maltrato, que además se facilita ante la presencia de la izquierda en el poder, con alguien como Gustavo Petro, elegido por Iván Duque.
Nos guste o no, eso es verdad: Duque eligió a Petro. En conclusión, es evidente el juicio político al que es sometido Uribe. Un tinte inocultable. Este país necesita reconciliación, que debe venir de todos los sectores, con ánimo de construir. Lo veo dificilísimo, pero Dios nos manda lecciones que no deben pasarnos por encima, sino que debemos asimilar, para actuar mejor, por nosotros y por nuestro entorno.
Presidente Uribe, para Dios no hay nada imposible. Así sea irrisorio para otros, ore. La oración del Justo Juez es una respetuosa sugerencia. Con fe, ayuno y rodillas dobladas en silencio e intimidad, Dios escucha la oración.
La lección está dada; de usted depende, con la humildad de Jesucristo, aprenderla. De esta sale bien, presidente Uribe. La Santísima Virgen no abandona a sus hijos, por muy rebeldes que hayan sido. Mi solidaridad humanitaria con usted.



