“Dios no se mete en política”, dice el expresidente Álvaro Uribe. De lo cual difiero sustancialmente, porque, entre otras cosas, el único que nos salva de este berenjenal en que nos metió Gustavo Petro es el Espíritu Santo. No hay otro. Es Él, precisamente, quien debe realizar la cumbre de lo imposible.
Sí, la cumbre de lo imposible, donde Germán Vargas Lleras, Efraín Cepeda y Santiago Valencia González comiencen el sonajero de Francisco Santos presidente, por el bien de esta Patria; de lo contrario, se perderá todo.
Hoy nos distraemos con nombres como Uribe Londoño, Pinzón Bueno, Vicky Dávila y otros, que no son más que el camino de las brujas del cual hablaban los abuelos, cuando contaban que esas apariciones enredaban el viaje hasta hacerlo eterno. Muchas veces, en esos relatos, jamás se llegaba al destino. Así estamos: distraídos y enredados.
Esta columna no se trata de cifras ni de grandes disertaciones, sino de la practicidad de la vida, que, ante la fuerza de la corriente, es la que nos salva y se llama sentido común.
Es increíble el enceguecimiento de no ver la ficha a jugar en Francisco Santos, por cualquier complejo, molestia, mezquindad, ignorancia o subestimación de quienes pueden y deben dar el paso. Ese paso es “la cumbre” entre Germán Vargas Lleras, Efraín Cepeda y el exsenador Santiago Valencia González, quienes están llamados a encender la lucecita del: “Oye, pero si debe ser Pacho. Lo tenemos”. Así de sencillo. Lo denominan sentido común.
La capacidad de Francisco Santos para llevar las riendas de este país no está en discusión. Y no es un juego: lo que está en juego es el país. De allí que llame la atención que la clase política colombiana siga jugando.
Si bien la cumbre es necesaria, también lo es entender que es solo el inicio. Una vez en acción, y dirigida la mirada hacia Francisco Santos, entonces entran los otros protagonistas, igual de importantes: llámese Partido Liberal, el hoy gobiernista Partido de la U, movimientos políticos afines al centro-derecha y la casa madre, el Centro Democrático, representado por su gran jefe, Álvaro Uribe Vélez. Amén de los indispensables: las asociaciones y empresarios. La ceguera no puede seguir.
Debe la clase política sostenerse de la valiente clase media, que hoy está huérfana de liderazgo. Esa clase media que históricamente promueve los cambios. Hoy esa masa no tiene quién llene sus expectativas, ni siquiera quién la invite a participar del necesario timonazo. Allí es donde entra la cumbre: para llenar espacios y generar esperanza.
Una vez señalado el camino, se establece la ruta de recuperación del rumbo, sin dejar de lado jamás el verdadero logro de Gustavo Petro, que fue hacer visibles a los más golpeados y discriminados de esta tierra, en un país que figura entre los tres más desiguales del mundo. Petro le mostró al país la existencia de esos jodidísimos, pero aparte de eso, no hizo nada por ellos. ¡Nada! Si acaso, pañitos de agua tibia.
¿Y cuándo se hace la cumbre? Mañana es tarde. Las fórmulas mágicas no existen. Se trata de sentido común. Hoy ese sentido común tiene nombre propio: “Oye sí, Francisco Santos”. ¿Aún no se dan cuenta?



