El Distrito de Mompox, Bolívar, vibra estos días al ritmo del Festival de Jazz, un evento que convierte al municipio en vitrina internacional. Las plazas coloniales se llenan de turistas, las noches de trompetas y saxofones, y los operativos de seguridad se refuerzan para proteger a visitantes y artistas.
Pero, en medio de esa fiesta, un hombre camina en silencio. Mientras propios y turistas aplauden y celebran, él despierta cada mañana con una rutina que no cambia desde hace casi once años: preparar café, mirar al cielo y repetir un conjuro contra el olvido. “Ya van 10 años y 7 meses”, se dice a sí mismo, como si contar el tiempo fuera la única manera de mantener viva a su hija, Karen Dayana Lambraño Muleth, desaparecida el 23 de diciembre de 2014 en una calle de esa población mientras se dirigía a una tienda cercana.
Mientras las notas de jazz se elevan sobre el Magdalena, su padre Edilberto sigue preguntándose cómo en un pueblo de calles estrechas y plazas vigiladas por la historia, una niña de siete años pudo desvanecerse sin dejar rastro. No hubo cámaras, no hubo testigos claros, no hubo una investigación efectiva.
El festival muestra a Mompox como un destino de paz, arte y cultura. Para los visitantes, es un lugar detenido en el tiempo. Para Edilberto, en cambio, el tiempo se detuvo aquel día en que su pequeña hija salió y nunca volvió.
Edilberto no tiene escenario ni micrófonos, solo su voz cansada repitiendo las mismas preguntas: “¿Cómo es posible que en un pueblo con cinco calles se pierda una niña y nadie diga nada?”.
Mientras el jazz celebra la vida, este hombre sobrevive a punta de recuerdos y sueños en los que aún abraza a Karen. Mientras los turistas disfrutan de las noches iluminadas, él recuerda las madrugadas en las que caminó solo por veredas y pueblos, siguiendo rumores porque las autoridades no tenían gasolina para acompañarlo.
En los últimos años, la justicia se ha mostrado lejana y fría. Audiencias sin respuestas, investigaciones que se diluyen, recompensas que no sirvieron para nada. Ni siquiera fue convocado a las diez audiencias del caso de su propia hija.
Hoy carga bultos en camiones para sobrevivir. El jazz suena fuerte en las plazas, pero en su vida la música hace mucho se apagó. Su lucha, sin embargo, persiste. No se rinde, aunque el Estado esté ausente y la sociedad prefiera mirar hacia otro lado. Su historia recuerda que, en un país con más de 100.000 desaparecidos, cada silencio es una herida abierta.

Mientras Mompox se viste de fiesta para el mundo, Edilberto sigue contando los días de una ausencia que nadie debería ignorar. Porque cuando una niña desaparece y el Estado no responde, no es solo una familia la que queda rota: es la dignidad de toda una nación.



