Es desesperante la ceguera de Centro Democrático y, por ende, la del mismo presidente Álvaro Uribe. No entiende el presidente Uribe que, en la Guaripa —averigüen dónde queda— saben quién es Francisco Santos, mejor, Pacho Santos. Eso se llama reconocimiento, y no lo tiene a ese nivel ningún candidat@ del Centro Democrático, ni el parapeto que se quieren inventar con Juan Carlos Pinzón, al que, si acaso, conocerá Martín Santos. Extraña que el pensador de Centro Democrático, José Obdulio Gaviria, secunde esa ceguera con un individuo tan distante como Pinzón.
Mientras tanto, Francisco Santos se tropieza con un Álvaro Uribe que no asimila —Uribe— que los tiempos cambiaron y que el “que diga Uribe” hoy es solo un ingrediente más del sancocho presidencial. Uribe tiene un desgaste que ya no le alcanza para actuar de omnipotente.
Francisco Santos posee alto nivel de reconocimiento, carisma, preparación, conoce la dinámica electoral, tiene experiencia, es leal, economiza trabajo, es referente de seguridad, personaje internacional. Sin embargo, como en el cuento El pájaro de la felicidad, lo buscaron por todos lados sin ver que lo tenían en casa.
Cuando Francisco Santos habla de educación, de ampliar el espectro de las oportunidades, de dimensionar que quien sostiene a Colombia es la base y que se debe empezar a trabajar en la horizontalidad de la sociedad; cuando propone aliviar la pesada carga de la clase media, buscar salida a la montaña sobre la espalda que representa la gasolina para los colombianos; cuando plantea concertar al país en el eje del desarrollo basado en garantías, rescatar la seguridad, construir una Colombia federal… entonces comprendemos que allí está la esperanza de recuperar un Estado donde quepamos todos los que empujamos este país hacia adelante. Que a la mujer se le restablezca su campo de respeto, que la gente deje de vivir de manera tan jodida, como animales, y que se anteponga la dignidad del ser humano y la autoridad. Ahí entendemos que en Francisco Santos hay presidente.
Un presidente honesto, que preserva las relaciones internacionales de Colombia, que identifica una niñez a la que hay que proteger, que entiende la necesidad de someter al narcotráfico. Uno comprende que no hay punto que se le escape a Pacho Santos, avivando la ilusión de “ese es”. Una ilusión que ninguno de los que hoy participan con gritería en los diferentes espectros políticos ha logrado encender. No hay emoción, y esta es indispensable en política. Francisco Santos la genera.
Si entregamos el país a la izquierda recalcitrante —que es lo que estamos haciendo—, dándonos de “putas”, creyéndonos sabedores y hasta magos, inventando lo que ya está inventado, no lloremos. Porque el orgullo —que es de brutos— no diferenció la dignidad. Dignidad, palabra que no existe en el diccionario del ego, que lo único que hace es destruir, acompasado de un inexistente intelecto, y cuando este no existe, solo atinan en su brutalidad a creerse héroes.
Dinámica política, preparación y votos en unión: Francisco Santos los tiene. Es presidente, pero se niegan a ver que el triunfo está en casa. Prefieren comenzar de cero y ahogarse en el maremágnum de un país desorientado, en el cual Petro pesca en río revuelto. Y luego, los que pudieron y debieron actuar con responsabilidad solo emanan el “ya pa’ qué”.
Que entre a la contienda Pacho Santos es un sentir de muchísimos y un deber suyo. Un deber de él. Así que asúmalo, Pacho Santos.



