Hablar hoy del Centro Democrático es entrar en un debate que muchos prefieren evitar, pero que ya es imposible seguir postergando. Lo ocurrido en Sucre —y que he visto con mis propios ojos— no es una particularidad local, sino el reflejo de una realidad nacional: el partido que durante una década fue sinónimo de orden, identidad y coherencia hoy muestra una fragmentación acelerada que sorprende incluso a quienes hemos sido cercanos a su ideología y a sus liderazgos.
El detonante más visible de este remezón interno fue la inesperada desaparición política del entonces precandidato Miguel Uribe Turbay (q.e.p.d.), con quien tuve la oportunidad de dialogar y entrevistar. Su salida dejó un vacío profundo, no solo por lo que representaba como figura joven y preparada, sino por lo que su ausencia destapó dentro del partido: tensiones acumuladas, pugnas internas y la falta de cohesión en torno a un proyecto presidencial sólido. La llegada de su padre para ocupar el espacio que dejó Miguel no mitigó el impacto; al contrario, para algunos fue una movida improvisada y para otros un signo de desesperación. Ese episodio abrió grietas que ni siquiera el expresidente Álvaro Uribe Vélez, líder moral del partido, ha logrado cerrar.
Paralelamente, avanza otra fractura ya conocida: la competencia interna entre María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Paola Holguín. Tres mujeres fuertes, preparadas y con respaldo amplio, pero cuyas aspiraciones, lejos de fortalecer al partido con un debate programático profundo, lo han debilitado. No por falta de méritos —cualquiera de ellas podría aspirar legítimamente—, sino porque su carrera interna se ha convertido en un pulso de fuerzas que divide a las bases, confunde a la militancia y difumina el rumbo colectivo.
En síntesis: tres proyectos distintos para un partido que no tiene claro quién debe encarnar la continuidad del uribismo. En medio de este panorama frágil apareció un actor que cambió la ecuación nacional: Abelardo de la Espriella Otero. Su entrada a la carrera presidencial fue un golpe en la mesa: sorprendió, incomodó y encendió esperanzas entre sectores que ven en él una figura capaz de disputar seriamente el poder a la izquierda, con un discurso directo, estructurado y emocionalmente potente.
Lo significativo no fue solo su anuncio, sino la reacción de quienes históricamente pertenecen al Centro Democrático. En Sucre, como en otras regiones, ocurrió algo impensable hace unos años: concejales, diputados, exalcaldes, exfuncionarios y líderes formados políticamente en la casa uribista empezaron a acercarse a De la Espriella. No hablo de rumores: yo los vi, conversé con ellos, yo estuve ahí. Durante la visita del “Tigre” a Sincelejo, la asistencia fue masiva y diversa. Lo sorprendente es que muchos de esos mismos líderes asistieron también a la reciente visita del expresidente Uribe. La pregunta es inevitable: ¿Qué significa que la militancia empiece a jugar a dos bandas? Uribe sigue siendo profundamente respetado y querido, especialmente en regiones como Sucre.
Su capacidad de convocatoria permanece intacta. Sin embargo, incluso quienes lo admiran reconocen que la maquinaria del partido ya no es la misma, que la estructura territorial se desgastó y que la ausencia de un liderazgo presidencial claro permitió que nuevas figuras ocuparan esos espacios. No es un cuestionamiento al expresidente; es un hecho político: el fenómeno De la Espriella no surge porque Uribe haya perdido fuerza, sino porque el partido perdió definición. ¿Está cerca el final del Centro Democrático como partido? La pregunta, que muchos hacen en voz baja, merece estar sobre la mesa. Más que desaparecer, el partido parece mutar, transformarse, buscar un rumbo aún incierto.
Lo evidente es que su base está fragmentada, confundida y más abierta que nunca a apoyar una candidatura externa si esta representa mejor los principios de orden, autoridad, libertad económica y seguridad democrática. ¿Será Abelardo de la Espriella el candidato que unifique finalmente a la derecha? Hoy es una posibilidad que no se puede descartar. Tiene algo que el partido no ha logrado consolidar: entusiasmo, narrativa fresca, estructura en crecimiento y una conexión emocional inmediata con sectores ciudadanos diversos. Para muchos uribistas, es continuidad ideológica sin desgaste; para otros, una figura capaz de enfrentar a la izquierda con fuerza; y para algunos, simplemente, una apuesta nueva.
La pregunta central permanece: ¿a quién apoyará el Centro Democrático? ¿A su propio candidato —si logra unificarlo— o a De la Espriella? ¿Preservará su identidad partidista o se sumará al fenómeno que crece por fuera? Esto, sin contar lo que sucede con los demás candidatos en la disputa nacional, que añade aún más interrogantes. Como en toda política, amanecerá y veremos. Pero hoy, más que nunca, las decisiones del Centro Democrático definirán su destino… y quizás el de toda la derecha colombiana.



