Álvaro Uribe ha estado en la escena política durante años y, como era de esperarse, sus movimientos no son una sorpresa. Es predecible, repetitivo. El expresidente Uribe, a quien respeto, parece querer aplicar una vez más su conocido «el que diga Uribe». Un libreto ya desgastado, pero que se niega a aceptar. Lo hizo con Juan Manuel Santos, con Óscar Iván Zuluaga, con Iván Duque, y ahora pretende continuar, cual Energizer, con Miguel Uribe Turbay, apoyado en su «secta» democrática, que incluye a Paloma Valencia, Paola Holguín y otros seguidores de la línea uribista. María Fernanda Cabal juega otro papel, pero es evidente que se manipulan sus expectativas y su esperanza de ser la elegida, algo que solo existe en su imaginario. Me atrevo a decir que hasta José Félix Lafaurie tiene claro que en el Centro Democrático no hay futuro para ella.
El dedo de Uribe apunta irresponsablemente a Miguel Uribe Turbay, y entonces, él será el candidato. Si a Álvaro Uribe realmente le importara el país, no actuaría como si los tiempos no hubieran cambiado. Mientras tanto, a la valiosa María Fernanda le «endulzan» la posibilidad de asistir a la posesión de Trump, luego la meten en la «licuadora» de convenciones o encuestas de dudosa reputación, y al final, el gran «triunfador» por «arte de magia» es Miguel Uribe Turbay. Queda Mafe refunfuñando, alejada de la campaña, para finalmente entrar más tarde. El mismo libreto de siempre de Uribe.
Uribe, durante veinticuatro años, ha colocado presidentes. El país sigue jodido, pero la culpa, según él, siempre es de otros. Así de cómodo es el sistema. ¿Por qué veinticuatro años? Porque si Uribe no coloca a Juan Manuel Santos, él no repite como presidente. Además, Uribe enmochiló la candidatura de Francisco Santos a favor de Óscar Iván Zuluaga. Lo mismo ocurrió cuando impuso a Iván Duque, sin lo cual Gustavo Petro nunca habría sido presidente. Todas las decisiones irracionales de Uribe han terminado por colocar presidentes. ¡Todas! Y sigue actuando como el salvador. ¿Salvador de qué? Lo que es, es responsable, con intereses personales.
A Francisco Santos lo ha desplazado varias veces, y lo ha hecho amparado en la nobleza del exvicepresidente. Lo grave no es que Francisco sea el sacrificado, sino que el país ha perdido la oportunidad de tener a un ser humano realmente comprometido con un país libre, como lo fue la fundación que lideró. Francisco entiende la problemática social de Colombia y tiene las herramientas y la capacidad para encontrar soluciones. A Uribe no le importa darle esta oportunidad a Colombia, sino que, por el contrario, se la niega. El país político tiene claro que hoy Uribe no elige presidente, pero sí aporta el centavo para el peso, y es allí donde egoístamente «patea» a Francisco Santos.
El presidente Trump, no nos engañemos, puede jugar un papel importante en la elección presidencial colombiana. Para los intereses de Colombia y Estados Unidos, se debe mirar hacia Francisco Santos, quien está completamente comprometido con la causa de la libertad venezolana y la lucha contra Maduro.
Germán Vargas no es opción, Vicky Dávila tampoco lo es, Miguel Uribe es una pérdida asegurada. Incluso si ganara (lo cual es poco probable), su titiritazgo, inmadurez e inexperiencia no sirven ni a Estados Unidos ni a Colombia. Por ahí no va la cosa, presidente Trump. Dejar a Francisco Santos sin apoyo es, en la práctica, darle la presidencia a la izquierda petrista.
Aquí no hay fantasmas del criminal Mancuso ni señalamientos absurdos que deban impedir lo que Colombia estratégicamente necesita: un presidente que entienda y enfrente los retos reales del país, y ese presidente es Francisco Santos.



