La violencia en Cartagena de Indias y sus zonas corregimentales volvió a dejar en evidencia una realidad que nadie en el Gobierno local parece dispuesto a enfrentar: el sicariato no da tregua, los asesinatos aumentan en Bayunca, La Boquilla y la zona insular, y las respuestas oficiales siguen reducidas a lo mismo de siempre: mostrar prontuarios, repetir hipótesis y prometer investigaciones, pero sin un solo capturado.
El crimen más reciente fue el de Andrés Bedoya Betancour de 31 años, asesinado a plena tarde del 3 de diciembre en las playas turísticas de La Boquilla, un hecho que volvió a estremecer a residentes y visitantes en un corregimiento que ya no distingue entre zonas turísticas y zonas rojas: la violencia está en todas partes.
El homicidio de Bedoya se suma a los ocurridos en Bayunca bajo la modalidad de sicariato, sin que exista un solo avance contundente que devuelva tranquilidad a las comunidades que se sienten completamente desprotegidas. Mientras tanto, la estrategia oficial se repite:
- Se exhibe el prontuario del muerto.
- Se asegura que “tenía antecedentes”.
- Se plantea la hipótesis de “ajuste de cuentas”.
- Y así, lentamente, se normaliza el crimen.
Pero los homicidas siguen libres, y los habitantes sienten que a Cartagena la gobierna el miedo más que las autoridades.
- El prontuario de Bedoya: ¿explicación o excusa?
La Policía reveló que la víctima, natural de Medellín, acumulaba 11 anotaciones judiciales: hurto calificado, amenazas, concierto para delinquir, fuga de presos y lesiones personales. Esto, según las autoridades, sería la “principal pista”.
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Sin embargo, la pregunta que crece en la ciudad es otra: ¿Por qué un hombre con semejante historial llegó, sin problema alguno, a Cartagena? ¿Quiénes lo acompañaban? ¿Por qué fue asesinado a plena vista en una playa turística sin que exista un solo capturado? La explicación oficial vuelve a centrarse en la víctima, no en los asesinos.
Bedoya estaba sentado tomando una cerveza cuando un sicario se acercó y le descargó varios disparos. Uno de los hombres que lo acompañaba huyó de inmediato; el otro permaneció en el sitio. El asesino escapó sin que nadie pudiera detenerlo.
El modus operandi se repite: sicarios que llegan, matan y se esfuman, mientras la comunidad queda presa del pánico y la autoridad llega únicamente para levantar el cadáver.
La Boquilla, una de las zonas más visitadas por turistas nacionales e internacionales, se está convirtiendo en escenario de homicidios que antes solo ocurrían en sectores históricamente conflictivos. Lo mismo ocurre en Bayunca, donde el miedo se ha vuelto rutina. La sensación que se extiende entre los corregimientos e islas es clara: las bandas criminales imponen sus reglas mientras la institucionalidad apenas reacciona.
Los cartageneros se preguntan:
- ¿Qué controles permiten que delincuentes lleguen desde otras ciudades sin ser detectados?
- ¿Por qué los corregimientos y la zona insular siguen sin presencia robusta del Estado?
- ¿Hasta cuándo la autoridad seguirá explicando el crimen con el prontuario del muerto en vez de capturar a los responsables?
- ¿Qué pasó con el implacable «Plan Titán24» al que se le invirtió una millonada y fue el caballito de batalla del alcalde Dumek Turbay para llegar a la Alcaldía?
La creciente ola de homicidios confirma que Cartagena atraviesa uno de sus momentos más críticos en seguridad, con bandas operando con libertad y una institucionalidad que parece limitarse a contar muertos y mostrar expedientes.



