En los barrios populares de Cartagena de Indias, capital del departamento de Bolívar, la falta de oportunidades, el abandono estatal y la exclusión social han creado un ambiente propicio para la violencia y la delincuencia. En estos sectores, el ciclo de pobreza no solo afecta a las condiciones de vida, sino que también perpetúa una realidad en la que los niños nacen y crecen en un entorno hostil.
A menudo, los hijos de padres irresponsables, muchos de ellos atrapados en la adicción a sustancias alucinógenas y el alcohol, nacen en medio de una situación de caos y desesperanza. Estos niños no deseados, carentes del cariño y afecto necesarios para su desarrollo emocional, encuentran en las calles un camino que los lleva, con frecuencia, al crimen.
con 613 Integrantes aproximadamente vinculados a homicidios, hurtos a personas, consumo y tráfico de estupefacientes, confrontaciones y lesiones personales.
En barrios como Las Lomas, Piedra de Bolívar, José Antonio Galán, Olaya Herrera, Bicentenario, Villas de Aranjuez, Pozón, Plan 400, Carmelo, Nazareno, Manuela Vergara, La Esperanza, La Candelaria, Boston, República del Caribe, Loma Fresca, Pablo VI, San Francisco, Palestina y La Quinta entre otros, las pandillas se han convertido en una alternativa para muchos jóvenes que no ven otra salida a su realidad. Reclutados desde temprana edad por bandas criminales, son entrenados para comercializar drogas y disputar el control del territorio con otras bandas.
Estas pandillas, que crecen en medio de la violencia desmedida, actúan sin piedad, utilizando armas de fuego en ataques impulsados por la ira o la necesidad de demostrar poder. El resultado: vidas que se pierden sin distinción, desde jóvenes hasta adultos, sin importar si son inocentes o están implicados en la disputa.
La intimidación es el lenguaje cotidiano. Armados hasta con armas hechizas, estos grupos ya no le temen a las autoridades, quienes han sido superadas en muchas ocasiones. Al estilo de las guerras entre pandillas que se ven en series y películas, la realidad supera la ficción. Los enfrentamientos son crudos y directos, sin tregua ni reglas, en una lucha por el control de las calles, donde la vida pierde valor.
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La impunidad y la falta de soluciones de fondo alimentan esta espiral de violencia, y mientras no se aborden las causas estructurales como la pobreza, la falta de educación y la ausencia de oportunidades, este ciclo seguirá repitiéndose. Las pandillas no solo controlan el territorio, sino también las vidas de aquellos que viven bajo su sombra, atrapados en un sistema que parece no ofrecerles alternativas.