Puede que no sea el autor intelectual, pero no hay duda de que Petro es responsable político del intento de asesinato de Miguel Uribe. Su discurso de odio, sus injurias y calumnias, y el señalar a sus contradictores como criminales —desde nazis y fascistas hasta asesinos y esclavistas— los marcan, les ponen una diana en el pecho y «legitiman» la violencia contra ellos.
Su diatriba de «guerra a muerte», que ha enarbolado como bandera, llevándola incluso en un pin sobre su pecho y como fondo en su oficina, fue un paso más en la justificación de una violencia sin cuartel contra los «enemigos», incluso si son civiles y no combatientes, como ocurrió en esa etapa nefasta de la gesta libertadora de Bolívar. Era cuestión de tiempo que, después de sus agresiones verbales, alguien apretara el gatillo.
Además, sus decisiones de gobierno han fortalecido a los grupos violentos —todos ellos hoy mafiosos— a lo largo y ancho del país. Bajo el pretexto de la “paz total”, con ceses al fuego que paralizan a la Fuerza Pública, la designación de sus capos como “gestores de paz” y los afanes por evitar su extradición, estos grupos criminales son hoy más fuertes, más peligrosos y más ricos que hace tres años. Se lucran del narcotráfico, la minería ilegal, el secuestro y la extorsión, actividades todas disparadas. Entre enero y abril de 2025, el secuestro aumentó un 40 % respecto al mismo periodo de 2024. El año pasado, solo en Bogotá, la extorsión creció un 63,52 %, alcanzando cifras históricas.
En paralelo, Petro y la izquierda radical han debilitado de forma metódica a la Fuerza Pública. Despidieron a casi un centenar de generales; nombraron como ministro de Defensa a Iván Velásquez, un funcionario incompetente y abiertamente hostil a los militares; minaron su moral; les ataron las manos con ceses al fuego que impiden operaciones ofensivas contra los bandidos, sin exigirles a ellos que cesen sus delitos; redujeron su presupuesto y capacidad logística. Como resultado, nuestras fuerzas tienen hoy muchas menos capacidades operativas y tácticas que en 2022.
Para rematar, desmanteló el sistema de inteligencia, clave en la lucha contra la delincuencia e indispensable para combatir el crimen organizado y el terrorismo. Además de destruirlo, lo politizó, lo infiltró y lo puso al servicio del M-19. Lo que ha hecho su gobierno con la Dirección Nacional de Inteligencia es un pecado imperdonable. Igual de grave es lo que ha ocurrido con Migración Colombia y la UNP, ambas bajo control de compadres del presidente.
Finalmente, tanto la Policía como la UNP —encargadas de brindar protección a personas en riesgo— están bajo su mando. La UNP está plagada de exguerrilleros, penetrada por el crimen (como lo ha admitido su propio director), sus vehículos son usados para actividades delictivas, y sus servicios se asignan con base en criterios ideológicos y de lealtad, no de necesidad ni de riesgo. Miguel Uribe y su equipo hicieron 23 solicitudes para que mejoraran su esquema de seguridad, sin obtener respuesta. Y al concejal Barrios —quien acompañaba a Miguel en el momento del atentado— le notificaron que le retirarían el vehículo blindado justo después de que, con toda razón, pidiera la renuncia del director de la Unidad.
Así que sí: Petro incitó la violencia contra sus opositores y tiene una ineludible responsabilidad política en la tentativa de homicidio contra Miguel Uribe. Y no solo no la asumió, sino que se ha encargado de difundir teorías sobre el crimen que solo generan ruido, confusión y buscan sacar rédito político del desastre. Su intento de victimizarse y su afirmación de que el atentado fue un complot para desestabilizar su gobierno son infames.
Que el crimen fue político no debería ser objeto de discusión. Que tuvo como propósito amedrentar a los opositores de Petro y de la izquierda radical, tampoco. Miguel Uribe no solo es el senador más votado del país, sino también el más opcionado para ser candidato del principal partido de oposición. La única pregunta que queda por resolver es si se trató de un crimen de Estado. Me temo que, con esta Fiscalía, nos quedaremos con la duda.