Cartagena de Indias amaneció estremecida por una jornada de violencia incontrolable que dejó tres muertos y un herido en menos de 24 horas. Tres vidas arrebatadas en distintos puntos de la ciudad mientras las autoridades distritales siguen reaccionando tarde, improvisando y sin liderazgo visible ante el desborde de la criminalidad.
La noche del domingo y la madrugada del lunes festivo se tiñeron de sangre en los barrios Daniel Lemaitre, Manuela Vergara de Curi y La Castellana, donde la muerte y la impotencia se impusieron ante la ausencia de control institucional.
- Vigilante asesinado por defender su trabajo
En el barrio Daniel Lemaitre, la madrugada del lunes fue testigo de un crimen que indignó a la comunidad.
Óscar Enrique Vega Valiente, vigilante de un parqueadero, fue asesinado a tiros cuando intentó evitar el robo de un vehículo frente al almacén Ara, cerca del Liceo de Bolívar.
Según testigos, el vigilante —un hombre que había dejado atrás su pasado de pandillero para ganarse la vida dignamente— hizo ruido para frustrar el hurto, pero el delincuente, presuntamente identificado como “El Jimmy», lo persiguió y le disparó a quemarropa cerca del conjunto residencial Barlovento.
“El Jimmy”, aseguran los vecinos, tiene azotada la zona con atracos y extorsiones sin que nadie haga nada. Ni la Policía ni la Alcaldía aparecen, salvo para justificar la inacción o repetir la misma frase de siempre: “Se están adelantando las investigaciones”.
- Un menor asesinado en medio de un atraco en Manuela Vergara
Horas antes, en el barrio Manuela Vergara de Curi, la violencia volvió a cobrar una víctima inocente. Un adolescente de apenas 16 años, Andrés David Pérez Zambrano, perdió la vida cuando un delincuente armado intentó robarle el celular a un hombre que salía de un establecimiento público.
Al resistirse al atraco, el ladrón le disparó en una pierna y luego, al perseguirlo, impactó en la cabeza al menor que se encontraba cerca del lugar. Andrés David fue trasladado a la Clínica Gestión Salud de San Fernando, pero los médicos confirmaron que llegó sin signos vitales.
El crimen ocurrió a las 11:00 p.m. del domingo 12 de octubre, y aunque los vecinos clamaron ayuda, las patrullas llegaron cuando todo había terminado. El asesino huyó como tantos otros en esta ciudad donde la vida se apaga entre el ruido de las balas y el silencio oficial.
- Sicarios en moto siembran el terror en La Castellana
Como si la noche no hubiera sido suficiente, la mañana del lunes festivo trajo otro despiadado ataque. Antonio José Herrera Álvarez, conocido mototaxista, fue asesinado por sicarios cuando se desplazaba por la avenida Pedro de Heredia, a la altura de La Castellana.
Los criminales lo interceptaron en moto, le dispararon varias veces y escaparon impunemente, sin que mediara persecución alguna ni un plan candado. La Policía informó que la víctima tenía 10 anotaciones judiciales, pero el hecho vuelve a reflejar una verdad que Cartagena ya no puede esconder: nadie está a salvo, ni el que delinque, ni el que trabaja, ni el que simplemente pasa por el lugar equivocado.
Tres muertes violentas en menos de un día bastarían para declarar una emergencia de seguridad en cualquier ciudad responsable. En Cartagena, en cambio, todo sigue igual: comunicados fríos, ruedas de prensa tardías y una Alcaldía que parece vivir en otra realidad, mientras los barrios están sitiados por la delincuencia.
Las comunidades denuncian que los cuadrantes policiales no patrullan, que los refuerzos prometidos no llegan y que el Distrito carece de estrategia, liderazgo y voluntad política para enfrentar la inseguridad.
Cada homicidio se convierte en una estadística más, y la frase “Cartagena, ciudad de derechos” —sello del Plan de Desarrollo— suena a burla ante el abandono en que viven los ciudadanos.
- La ciudad exige respuestas, no excusas
La violencia no se combate con discursos, sino con presencia real, inteligencia policial y autoridad moral.
Pero mientras la administración distrital siga minimizando el problema y responsabilizando a la ciudadanía, Cartagena seguirá perdiendo la batalla.
La indignación crece en los barrios, los padres entierran a sus hijos y los trabajadores honrados mueren tratando de proteger lo poco que tienen. Y el Distrito, en su silencio cómplice, continúa dejando que la sangre sea la única que hable porque el jefe de la policía solo habla de fiesta, fútbol y cemento.
En conclusión Cartagena de Indias está al borde del colapso en materia de seguridad. Tres muertes en 24 horas no son simples casos aislados: son la prueba irrefutable de una ciudad sin gobierno operativo, sin reacción efectiva y sin autoridad que inspire respeto. Mientras los criminales se pasean armados y los ciudadanos se esconden, la administración distrital parece conformarse con administrar el caos.