El triste, preocupante y riesgoso espectáculo que hoy ofrece el escenario político colombiano es el reflejo más crudo de lo que hemos venido construyendo como sociedad: un entorno donde predominan el individualismo, la conveniencia personal y la defensa de intereses particulares por encima del bienestar colectivo.
En la política actual, conquistar el poder parece ser la única consigna, sin importar los mecanismos, estrategias o costos éticos que ello implique. Los partidos y movimientos, en su mayoría, han normalizado esta degradación mientras buscan ocupar espacios de representación en corporaciones como el Congreso de la República, desde donde se definen decisiones importantes para el rumbo de la nación.
En este contexto se desarrollan las campañas de cara a las elecciones legislativas y presidenciales del periodo 2026-2030. Lo que se vislumbra es una contienda marcada por la incertidumbre, en parte por el ambiente turbio y polarizado que supera las diferencias programáticas normales entre fuerzas políticas con visiones distintas del Estado.
El respeto se ha diluido. El lenguaje inapropiado, la intimidación y el uso del miedo se han convertido en herramientas frecuentes para desacreditar adversarios ante la falta de propuestas sólidas. Se repiten consignas vacías como “defensa de la democracia” o “defensa de la libertad”, pese a que quienes las enuncian terminan minando justamente aquello que dicen defender.
Dentro de este panorama, una de las fuerzas que ha marcado la pauta es el Pacto Histórico, incluso sin contar con la personería jurídica plenamente otorgada. Su apuesta inédita por realizar una consulta interna para definir su candidato presidencial y el orden de su lista al Senado ha sido vista como un ejercicio de democracia interna que otros partidos no han logrado replicar.
En dicha consulta, Iván Cepeda Castro obtuvo más de 1.540.000 votos, superando ampliamente a la médica psiquiatra Carolina Corcho, quien alcanzó 679.000. Este resultado lo posiciona como un competidor fuerte para la Presidencia de la República. No obstante, una votación importante no garantiza, por sí sola, llegar al solio de Bolívar.
Si se hiciera un símil con el ciclismo, podría decirse que Cepeda ganó la primera meta volante, pero aún le resta un tramo complejo lleno de obstáculos, rivales con fuerza y la necesidad de sumar coequiperos que lo impulsen hacia la meta final: la segunda vuelta presidencial.
El Pacto Histórico enfrenta ahora un reto mayúsculo: convocar una gran asamblea que reúna a todos los candidatos inscritos a Senado y Cámara, para reforzar la unidad, alinearse con el candidato presidencial y disipar cuestionamientos sobre posibles infiltraciones que habrían inflado la participación en la consulta, la cual superó los 2.7 millones de votos. De no lograr cohesión interna, parte de ese caudal electoral podría dispersarse en marzo de 2026.
Mientras tanto, los sectores opositores al gobierno actual atraviesan una evidente crisis de liderazgo y cohesión. Incapaces de generar consensos y atrapados en un discurso centrado casi exclusivamente en el antipetrismo, muchos de sus voceros han caído en la trampa de debatir alrededor del presidente en lugar de reconectar con las preocupaciones reales de la ciudadanía.
Si continúan en ese camino, difícilmente podrán consolidarse como alternativa seria para 2026. La política requiere propuestas, no solo reacciones emocionales.
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En medio de este panorama, algunas posiciones extremas han generado polémica. Entre ellas, las declaraciones de Abelardo de la Espriella, líder del movimiento Defensores de Patria, quien propuso retirar a Colombia de la ONU, la OEA y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Tales planteamientos, además de ser impracticables, aislarían al país del sistema internacional.
Las relaciones internacionales, la seguridad y la política energética han sido los mayores errores del actual gobierno, y se convierten en temas de atención obligatoria para quien aspire a sucederlo. Colombia necesita propuestas serias, viables y sostenibles. Requiere candidatos con formación sólida, equipos capacitados y una integridad moral incuestionable; líderes capaces de mirar a los ciudadanos a los ojos, sin disfraces ni intereses ocultos. El debate político debe elevarse. El país lo exige. El país lo necesita.



