Catalina, la indígena, de la cual no todos conocen su historia, producía en mí, cierto enigma. Me hacía conjeturas sobre su origen, que quedaron guardadas en el recuerdo. Suele suceder. Rodeada de personas preparadas e interesantes, me parecía, que despejar ese enigma, era una estupidez. Cosas de joven que pretende hacerse la informada y deja que la desinformación la devore.
Hoy, después de hurgar en su existencia, teorizo, que su vida no fue la única que cambió durante la conquista. Por desgracia, hombres como Diego de Minueza —1509—, su raptor a la edad de catorce años, no dejan de existir. Amorales, que se creen y creyeron, por encima del bien y del mal. Quiero pensar, que este pederasta actualmente sería castigado, igual que otros, que, sacados de los presidios españoles, fueron enviados al nuevo mundo.
Hablar de que Minueza se la llevó a Santo Domingo para culturizarla, es aceptar el secuestro y tapar la triste realidad: fue una indígena, a quien le destruyó la vida separándola de su familia. Acción imperdonable. Por obligación, aprendió el castellano —estaba rodeada de españoles—, la bautizó, porque vivía con él, que era católico, de moralidad chueca. Esa carne prieta y joven, era un bocatto di cardinale, que aguantó sin rechistar sus exigencias. La vistió a la española, porque estaba apartada de su tribu. Los curas que la obligaron a profesar la religión católica, lo exigieron.
Pedro de Heredia, que tonto no era, se percató de que Catalina conocía los dialectos de diferentes tribus y hablaba castellano. Él y su tropa, estaban tras conquistar Cartagena. En la Bahía de Santa Marta —1524—, con artimañas, hizo que lo siguiera. Nadie mejor que ella, para hacerlo feliz en la cama (la hizo su amante), y nadie mejor, para aplacar el ánimo de los indígenas horrorizados ante la llegada de hombres que mataban por medio de rayos que escupían fuego —armas—, y montaban en monstruos voladores que gritaban —relinchar de caballos.
Heredia, desnarigado y acomplejado, tenido por maltratador a lo bruto, saqueador de tumbas, que quemaba vivos a los indígenas, terminó acusado por Catalina, de ladrón, en el primer juicio de residencia —1536—, que se le hizo al conquistador —robó oro a la corona española—. “Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”, y así sucedió: Heredia no fue condenado. Murió ahogado años después, viniendo para España. Dizque, aquí sería juzgado.
Catalina, perteneciente a la etnia caribe de Caciques Makoná, a quien Minueza robó su niñez y juventud, y a quien Heredia sacó todo el provecho deseado, fue acusada de traidora y olvidada durante siglos. Unos dicen, que se casó con un sobrino de Heredia y murió en Sevilla junto a sus hijos, que regresó a Galerazamba, al servicio de los curas, que murió sola en Zamba y otros, que no existió.
En 1961, Héctor Lombana, creó una estatuilla en brónce, para el festival de cine de Cartagena. El español, Heladio Gil Zambrana —1974—, esculpió en bronce el monumento más conocido a nivel nacional: LA INDIA CATALINA. Ambos artistas, ya fallecidos, prendieron la vela y la sacaron de la oscuridad. Hoy, reposa en otro sitio con menos brillo. Sus ojos, ya no miran hacia su pueblo natal Zamba —Galerazamba—, Bolívar.