El abrupto retiro del canciller Luis Gilberto Murillo del Gobierno de Gustavo Petro marca un punto crítico en la política exterior colombiana. La renuncia de Murillo, anticipada a su calendario inicial, evidencia las crecientes tensiones dentro del Ejecutivo y deja interrogantes sobre el manejo de las relaciones internacionales del país.
Designado como jefe de la diplomacia colombiana tras la destitución de Álvaro Leyva por el escándalo de los pasaportes, enfrentó una agenda internacional particularmente conflictiva. Su gestión estuvo marcada por episodios que deterioraron la imagen de Colombia en el escenario global, incluyendo el enfriamiento de relaciones con Estados Unidos, la ruptura con Israel y las tensiones con Argentina.
Pese a su experiencia previa como embajador en Washington y a su credibilidad en asuntos internacionales, Murillo no logró revertir los efectos de estas crisis. Uno de los sacrificios más significativos en su carrera fue la renuncia a su ciudadanía estadounidense para aceptar el cargo diplomático, una decisión que ahora parece haber dejado un saldo adverso: sale del Ministerio de Relaciones Exteriores sin la ciudadanía recuperada, con su imagen política erosionada y en un momento de incertidumbre.
Se especula que su salida podría ser el preludio de una candidatura presidencial, aunque su distanciamiento con el presidente Petro y la falta de respaldo en el Pacto Histórico ponen en duda esa posibilidad. Con sectores del centro político aún desconfiados de su figura, el panorama no parece fácil para Murillo.
La renuncia del canciller es un reflejo de la inestabilidad que continúa afectando al gobierno Petro, con una política exterior que sigue mostrando fisuras y una interna marcada por luchas de poder. Esta crisis representa un desafío para el Ejecutivo en momentos donde Colombia necesita recomponer su reputación y su red de alianzas internacionales.