Un vendaval puede tumbar postes, pero no debería derrumbar el derecho al agua de toda una ciudad. El pasado 25 de septiembre, Sincelejo quedó paralizada tras un daño eléctrico severo que detuvo la captación del acueducto durante más de 40 horas. La causa inmediata fue el colapso de las líneas y estructuras del sistema tras la tormenta. Pero la causa profunda —y más preocupante— fue otra: la falta absoluta de prevención.
La alcaldía reaccionó con premura: el alcalde Yahir Acuña activó canales de atención, coordinó con Policía, Armada, Gobernación y Veolia, y movilizó entre 15 y 20 carrotanques para repartir agua por barrios urbanos y rurales. El 98 % de los hogares, prometió, recuperaría pronto el servicio.
Bien. Gracias por actuar. Pero la gestión pública no se mide por lo que se hace después del desastre, sino por lo que se evita antes de que ocurra. Y ahí es donde la administración falló estrepitosamente.
Que un vendaval deje a más del 45% de Sincelejo sin agua durante días no es una casualidad: es un síntoma. Un síntoma de líneas eléctricas sin protección, de sistemas vulnerables, de reservas inexistentes y de una administración que, en lugar de blindar el acueducto, prefiere correr detrás del problema con carrotanques.
El colapso reveló verdades incómodas:
- Que las líneas eléctricas críticas operan sin monitoreo ni refuerzo, como si el clima fuera una excusa y no un riesgo previsible.
- Que el nivel de almacenamiento es tan precario que unas horas sin bombeo bastan para secar media ciudad.
- Que la prevención brilla por su ausencia: no hay planes para lluvias intensas, ni poda de árboles cercanos, ni refuerzos estructurales, ni sistemas de respaldo.
- Que la reacción fue lenta, sin protocolos claros ni reservas listas, y con los carrotanques como única solución improvisada.
En algunos sectores, el agua no ha vuelto ni 20 días después. Y lo que es peor: muchos vecinos aseguran que la escasez ya existía antes del vendaval, lo que demuestra que el problema no es coyuntural, sino estructural.
El agua —lo más elemental, lo más básico— se volvió motivo de protestas, bloqueos, llantas quemadas y rabia ciudadana. Y no porque la naturaleza haya sido implacable, sino porque la gestión fue insuficiente.
Si la administración hubiera actuado con visión, nada de esto habría pasado. Estas son las medidas que Sincelejo exige con urgencia:
- Sistemas de respaldo eléctrico que mantengan los pozos funcionando incluso si cae la red principal.
- Mayor capacidad de almacenamiento, con tanques y cisternas municipales que permitan amortiguar interrupciones.
- Mantenimiento preventivo permanente: poda, reubicación de postes, monitoreo técnico.
- Protocolos de crisis reales, con rutas definidas, carrotanques estratégicos y prioridad para los barrios más vulnerables.
- Transparencia informativa: reportes diarios con avances, zonas afectadas y planes de inversión.
Al alcalde Yahir Acuña se le puede reconocer la rapidez de su reacción. Pero gobernar no es reaccionar: es anticiparse. La ciudad no recordará cuántos carrotanques llegaron, sino cuántos días abrió la llave y no salió nada.
Y para empeorar el panorama, los pronósticos del meteorólogo Max Henríquez advierten que las lluvias apenas comienzan. ¿Ya existe un plan real para evitar que esto vuelva a ocurrir?
Sincelejo no necesita más discursos ni gestos heroicos de última hora. Necesita planificación, prevención y responsabilidad. Porque un vendaval puede apagar la luz… pero nunca debería apagar la dignidad de una ciudad sedienta.