Varios amigos, viviendo en la misma ciudad, no se encuentran ni siquiera en los centros comerciales —claro, las mujeres son las que salen a mercar— ni en las barberías que han puesto de moda los venezolanos y que, dicho sea de paso, han rescatado a muchos hombres que antes preferían ir a un salón de belleza.
Pero cuando se trata de la muerte, ahí sí nos encontramos todos: confundidos y llorosos. Se ha ido mi mejor amigo antes de tiempo. Comienzan entonces los comentarios, las anécdotas de parrandas y los recuerdos de los buenos tiempos compartidos.
La amistad es una relación afectiva y de confianza mutua entre dos o más personas, caracterizada por la lealtad, el apoyo y el respeto. Se cultiva con el tiempo y con las experiencias compartidas.
Les voy a contar una historia increíble: dos amigos tuvieron que prestar el servicio militar en el mismo batallón. Habían cumplido todo su entrenamiento cuando, un día, se vieron inmersos en una guerra. En medio del combate, el soldado Francisco resultó gravemente herido. Su amigo, el soldado Pedro, quiso ir a buscarlo, pero todos sus compañeros insistían en que ya estaba muerto.
- —No importa —respondió Pedro—, tengo que ir a buscar a mi amigo.
- Cuando regresó, lo traía sobre sus hombros.
—¡Te lo dijimos! Está muerto —le repitieron una y otra vez.
—Sí —contestó Pedro—, pero cuando llegué aún estaba vivo. Me miró y me dijo: “Sabía que vendrías”.
Ese sí era un amigo. Aquellos que solo se reúnen cuando la muerte los convoca no son verdaderos amigos. Tal vez, con el paso del tiempo, aprendan a valorar la amistad en su verdadera dimensión. Yo tengo pocos amigos, pero son de los que serían capaces de hacer lo que hizo el soldado Pedro. Porque la vida, vivida en familia y entre amigos, siempre será más sabrosa.