El 4 de noviembre de 2011 marcó un antes y un después en la historia del conflicto colombiano. La muerte de Guillermo León Sáenz Vargas, alias “Alfonso Cano”, líder máximo de las FARC, significó no solo un triunfo militar, sino el renacer de la esperanza nacional y el restablecimiento de la confianza en las Fuerzas Militares de Colombia.
El 4 de noviembre de 2011 quedará grabado para siempre en la memoria colectiva del país. Aquel día, las Fuerzas Militares de Colombia, en una operación estratégica y precisa, lograron dar de baja a Guillermo León Sáenz Vargas, alias “Alfonso Cano”, el máximo cabecilla de las FARC.
Su muerte no fue solo el fin de un hombre, sino el colapso del mito que representaba décadas de violencia, secuestros, atentados, extorsiones y miles de víctimas inocentes. Cano, heredero ideológico de “Manuel Marulanda Vélez” y “Raúl Reyes”, encarnaba el discurso revolucionario que degeneró en narcoterrorismo. Su caída fue un mensaje claro: el Estado colombiano no se rinde ante el crimen.
La denominada Operación Odiseo, liderada por la Fuerza de Tarea Conjunta del Sur del Tolima y coordinada con la Fuerza Aérea y la Policía Nacional, fue una muestra de profesionalismo y precisión táctica. Durante meses, las tropas realizaron labores de inteligencia, rastreo de comunicaciones y maniobras de infiltración en la compleja geografía del Tolima y el Cauca. Finalmente, el cerco militar se cerró y, en un enfrentamiento de pocos minutos, el principal cabecilla de las FARC cayó abatido.
Ese momento no solo selló el fin de un capítulo de guerra, sino que encendió una nueva llama de esperanza en todo el territorio nacional.
La noticia de la muerte de Cano recorrió el mundo. Colombia, tantas veces golpeada por el dolor, pudo alzar la cabeza con orgullo. El triunfo no fue producto de la suerte, sino del sacrificio y la disciplina de miles de soldados que caminaron selvas, soportaron hambre y lluvia, y nunca perdieron la convicción de cumplir la misión. Cuando por radio se escuchó “objetivo neutralizado”, no solo se cerró una operación militar: se cerró una herida histórica y se abrió una nueva etapa de esperanza y dignidad nacional.
- El principio del fin de las FARC
La caída de “Alfonso Cano” fue el punto de inflexión que fracturó a las FARC. El mito de su invencibilidad se desmoronó, y con él, la moral de los combatientes. El Plan Renacer —su estrategia para recuperar control territorial— quedó sepultado.
La muerte de su líder marcó el inicio del declive de una organización que, hasta entonces, se creía intocable. Fue el Estado el que renació, no la insurgencia.
Este hecho no debe recordarse como un simple episodio bélico, sino como una lección de institucionalidad y perseverancia. Las Fuerzas Armadas demostraron que la legalidad puede imponerse sobre la barbarie. En un contexto donde algunos buscan reescribir la historia, el 4 de noviembre debe recordarse como el día en que no ganó la guerra, sino la justicia.
Los héroes de la Operación Odiseo no buscaron gloria personal; cumplieron con su juramento de proteger a la patria, incluso a costa de sus vidas.
Cada soldado que participó en esa operación representa el valor y el sacrificio del Ejército Nacional. Ese día, en medio de la espesura del Tolima, Colombia recuperó parte de su dignidad. Aunque las armas callaron, el eco de la valentía de nuestros militares sigue resonando como recordatorio de que la paz verdadera no se negocia con criminales, se conquista con honor y sacrificio.
El 4 de noviembre de 2011 no fue solo el día en que cayó “Alfonso Cano”; fue el día en que Colombia volvió a creer en sus Fuerzas Armadas. Una fecha para recordar que la libertad y la paz no se improvisan: se defienden, se construyen y se honran. Ese día, la historia cambió… y la patria volvió a tener esperanza.



