Desde que se posesionó en su cargo William Dau Chamat como alcalde de Cartagena de Indias solo se ha dedicado a pelear con «los malandrines» y a demostrar que es el carcelero mayor del país, siempre por delante del presidente.
Con un complicado sistema de pico, cédula y género, Cartagena de Indias tiene la cuarentena más insoportable del país con una salida cada 6 o más días en algunos casos, para encontrarse con horarios reducidos en los establecimientos que pueden abrir al público.
El banco más grande del país, por ejemplo, solamente atiende con muy pocas sucursales durante 4 horas y los clientes tienen que amontonarse peligrosamente afuera por horas, bajo un sol inclemente y sudando copiosamente, hasta que llega el turno para entrar; por ello el tiempo no alcanza para casi nada.
Es tal la obsesión del alcalde por encerrarnos, que desobedece la orden presidencial de permitir una hora diaria de ejercicio al aire libre y decide abusivamente que se ejercite, siguiendo las pautas de su infernal cuarentena para no dejarnos ejercitar del todo.
Las medidas impuestas en contra de la población mayor de 60 años son una vergüenza. Con el “azucarado” discurso de “proteger a los abuelitos”, se están violando todos los derechos constitucionales de los que superamos esa edad, siendo tratados como ciudadanos de segunda, infantilizándonos como si no supiéramos cuidarnos nosotros mismos y negándonos el derecho de tener la libertad de correr el riesgo.
Encarcelar a un anciano a la fuerza en su casa, en esa edad en que los años pasan como un parpadeo, es una infamia. Muchos de ellos morirán en sus casas producto de la depresión y de la falta de ejercicio, en una etapa de la vida donde más se necesita ejercitar para controlar la presión, el azúcar y otras enfermedades que llegan con la edad.
El presidente Macron y la primera ministra Merkel decidieron que encerrar a los mayores, como estrategia de salida a la normalidad, es inaceptable desde el punto de vista ético y moral. Sé que los mayores corren más riesgos, pero también veo que mueren jóvenes de todas las edades y que mantener a los mayores encerrados en sus casas, tampoco garantiza que no sean contagiados por los miembros más jóvenes de la familia cuando llegan a casa.