Antonio y Rafael* son dos hermanos de 8 y 12 años, fanáticos del fútbol y de la selección colombiana, en particular de Duván Zapata, jugador vallecaucano quien se trenza con orgullo su cabello afro.
La admiración que estos niños sienten por Duván los llevó a pedirle a su padre que les permitiera trenzarse el cabello como él. Su padre, oriundo de Evitar, un corregimiento del municipio de Mahates, Bolívar ubicado a 40 minutos de San Basilio de Palenque, aceptó complacido. En Colombia no es fácil inculcarles a los niños orgullo afro. Gracias a Duván, en ese sentido su trabajo estaba hecho.
Lo primero sería dejarles crecer el cabello, pues lo tenían bastante corto. Aunque en muchos colegios de Colombia el cabello largo en los hombres todavía se asocia a falta de disciplina, durante la pandemia dejarles crecer el cabello no sería un problema, pues las clases de Antonio y Rafael* son completamente virtuales.
Tres meses después, sus cabellos habían crecido suficiente. Antonio y Rafael* se trenzaron la cabeza como Duván y convirtieron su cabello en símbolo de orgullo. Sin embargo, tras su primera clase virtual con ese nuevo look, las directivas del colegio se comunicaron con su padre.
–No podemos permitir que sus hijos les den mal ejemplo a los demás niños. ¿Qué van a pensar los padres de familia?
- –¿Qué tiene de malo llevar trenzas?
- –El problema no son las trenzas. Es lo que significan: el mal ejemplo.
Le dieron una semana para que los niños se desarmaran las trenzas y volvieran a llevar el cabello corto, a ras, diciendo, sin decirlo, que lo que quieren es que no se note que los niños tienen el “pelo malo”.
Antonio y Rafael* viven en Riohacha, La Guajira, donde, según el último censo del DANE (2018) el 41,7% de la población se autor reconoce como indígena y el 12,6% como negro, mulato o afrodescendiente. Además, asisten a un colegio privado internacional que proclama la libertad como uno de sus principios esenciales para formar estudiantes íntegros, comprometidos con la Región Caribe y con la Guajira.
Pese a que su padre estaba en desacuerdo, acabó cediendo. Tuvo que aclararles a los niños que, aunque llevar trenzas y estar orgullosos de su raza no tiene nada de malo, era mejor someterse a las directivas del colegio, para seguir conviviendo en paz. En otras palabras, que a pesar de que tienen razón y que sus derechos están siendo vulnerados, es mejor no tratar de defenderlos, porque esa lucha está perdida de antemano.
Lamentablemente, situaciones como estas en Colombia son mucho más comunes de lo que creeríamos. Para una persona afro llevar trenzas es una manera de rescatar y revalorizar sus herencias culturales africanas. Reprimirlo hace parte de esa compulsión soterrada, que predomina en la Región Caribe, por eliminar cualquier vestigio de una visión afrocentrista.
Esta anécdota me trajo a la cabeza la frase más común, el cliché, de los blancos racistas en Estados Unidos cuando intentan negarse como tal.
–Yo no tengo ningún problema con los negros. El problema es que se vistan como negros y actúen como negros.
En otras palabras: las razas no importan mientras invisibilicemos nuestras experiencias y nos sometamos al eurocentrismo de la raza dominante, eurocentrismo en el que también puede caer (y cae) la latinidad. Ante este panorama, es urgente que nos preguntemos: ¿cuáles esos modos soterrados en los que se expresa el racismo en Colombia? ¿De dónde proviene ese fetichismo por el cabello liso y el culto a la clase que predomina en nuestras sociedades? La clase, que según muchos es independiente de la raza, aunque la raza la determine.
*Los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de los niños.
Perfil de la columnista: Viviana Goelkel / Cineasta, escritora y profesora universitaria. Egresada de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia y de la Maestría en Guión de la Universidad de Ohio, Estados Unidos. Directora y guionista de cortometrajes. Actualmente, trabaja como profesora catedrática en el programa de Comunicación Social de la Universidad del Norte.