Es media noche y en una pequeña casa de palma y bareque los gritos de dolor y angustia de una madre acaban con la tranquilidad de la ciénaga donde el sonido de los búhos y las cigarras arrullan la intimidad de la noche. Su nombre es María quien desde hace varios días se encuentra sola en su parcela y se percata que uno de sus 4 hijos de tan solo 18 meses de edad no para de vomitar, además tiene diarrea con sangre y desde hace varios minutos no responde y ella lo nota como desmadejado.
Empieza a pedir auxilio, pero la casa más cercana queda a 30 minutos y para llegar hasta ella debe atravesar a fuerza de canalete la inmensidad de las aguas cenagosas del complejo de Viloria en el sur de departamento de Sucre.
El amor de una madre es capaz de sacar fuerzas de donde no existen por eso decide montarse en una canoa y desesperada logra llegar hasta un pequeño caserío pidiendo ayuda. A pesar de que por obra de Dios logra conseguir un carro que la lleve al hospital es demasiado tarde debido a que luego de 2 horas por carretera su pequeño hijo ha dejado de respirar y su nombre a partir de hoy pasara a hacer parte de la larga lista de menores de 5 años que fallecen por enfermedades infecciosas en Colombia.
La escena de una madre llorando con el cadáver de su hijo en brazos en la entrada del servicio de urgencias logra sacar las lagrimas de propios y extraños y nos obliga a pensar que estamos haciendo mal y ¿que estamos haciendo para impactar como integrantes activos de nuestra sociedad para mitigar las pérdidas de nuestra infancia?
A pesar de que nuestra historia tiene un final trágico nos permite entender la magnitud del riesgo que corren nuestros niños en las zonas rurales de departamentos como Sucre donde la corrupción del sistema de salud y la falta de cobertura del Plan Ampliado de Inmunizaciones (PAI) están afectando de forma negativa el desarrollo de las futuras generaciones; esto ha generado brotes de enfermedades transmisibles como meningitis o tosferina con secuelas que a largo plazo afectaran la morbimortalidad de la población adulta de nuestro país.
La madre refiere que desde el nacimiento su hijo solo recibió las vacunas de los seis meses, nunca tuvo ingreso a crecimiento y desarrollo y como si fuese poco por las condiciones ambientales en las cuales vive no cuenta con servicio básicos como agua potable, por lo cual aún toman agua de lluvia o de la ciénaga, iluminan sus noches con lámparas de ACPM y realizan deposiciones en letrinas.
Si revisamos los registros del ministerio de salud y evidenciamos que hay un plan multianual de inmunización exhaustivo, además que existe un comité nacional de prácticas de inmunización con protocolos y asociado a esto el 100% de los gastos de inmunización de rutina así como los gastos de compra de vacunas son financiados con fondos del gobierno surge la pregunta del millón ¿Porque en nuestras zonas rurales siguen muriendo niños de enfermedades prevenibles?
La respuesta es muy clara y obedece al mal que día tras día carcome nuestro sistema de salud y traspasa todos los limites sociales; se llama corrupción y mientras las entidades gubernamentales no generen estrategias para vigilar de forma adecuada los recursos del estado seguiremos reportando casos como el de María quien sin saber el trasfondo de su historia perdió a su hijo en las puertas de un hospital.