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Por: Roberto Samur Esguerra.
En virtud de las inversiones sociales que Shakira viene haciendo en las ciudades de Barranquilla y Cartagena de Indias, algunos amigos y parientes me han pedido que repita un artículo que escribí hace muchos años. Entonces dije:
Es obvio que no voy a referirme a las dotes artísticas de Shakira, pues, de hacerlo, tendría que entrar en asuntos de riesgo que un profano en su estilo de música debe evitar a toda costa. Y porque tendría que resaltar la sensualidad de su danza y su estampa de potra bravía a la que provoca montar “sin bridas y sin estribos” y por supuesto, sin nada que detenga el deleite de domarla. Así es que el tema es otro, porque fíjense ya por dónde iba sin proponérmelo.
A raíz de su viaje al Líbano, primero se nos dijo que el motivo era renovar su pasado, encontrarse con sus ancestros, y luego que la causa era la muy prosaica de reclamar una herencia. En todo caso, ahora sólo pretendo recordar que para buscar una herencia referida a su pasado no era necesario ir al Líbano, pues le bastaba con echarse una pasadita por las calles del centro de Sincelejo. En ellas habría escuchado con nitidez los pasos, las voces y la música de sus ancestros, como también los oiría en los zaguanes de la casa que habitaron, o en los de tantas otras de tantos y tantos primos, retoños de la misma estirpe, que aún los evocan. Recordarle que su abuela Isabel Chadid nació y se crió aquí y que con su abuelo Alberto Mebarak levantaron aquí una familia compuesta por Billy, su padre y ahora Manager, y por Moncho y María Alicia, sus tíos.
Recordarle que esos abuelos no pasaron desapercibidos como no lo fueron tantos otros. Debe ella saber que su abuela tocaba el piano y su abuelo la flauta, y que no había reunión social en donde no mostraran sus virtudes interpretando la buena música de entonces. Recordarle que aquí vivieron rodeados del más caro afecto de sus parientes y amigos y que aquí, sus abuelos y sus tíos-abuelos fueron pioneros de empresas colosales para la época: la primera planta eléctrica, de Felipe; la primera fábrica de camisas, de Moncho; la próspera cadena de estaciones de gasolina conocidas como las Mecha (Mebarak-Chadid), de Alberto, y otras actividades sociales y culturales que hicieron de ellos personas respetables y apreciadas por toda la comunidad.
No estoy seguro de si los huesos de algunos de ellos reposan en el cementerio central, pero de no ser así, seguramente que la causa no alcanza a afectar su raigambre.
Shakira bien puede ser sincelejana sin haber nacido aquí, porque de aquí se llevó su germen, su historia inconsciente, su herencia y su arte derivados de la formación de sus mayores inmediatos y mediatos, de los que también obtuvo el torrente de la sangre que le hierve en el cuerpo, sin convertirse en agua, según el refrán árabe, cuando danza al compás de las eróticas y misteriosas melodías implícitas en la vivencia de las mil y una noches.
Con nada de eso ha sido justa Shakira. No lo ha sido porque ha desdeñado su origen, tal vez — es lo más probable– por influencia de su padre quien desde que se fue de Sincelejo no ha tenido un solo gesto que haga presumir algún tipo de interés por esta tierra. Como no lo ha tenido ninguno de los que aquí nacen y luego se van y se hacen famosos por su talento– claro– pero también apalancados por la dudosa humildad de que hacen gala cuando afirman que son de un pueblito de la costa perdido para la historia, al que quieren mucho, pero al que nunca más regresan.
Hay quienes afirman que la fortuna de Shakira es incontable. Debe serlo, pues sus éxitos saltan a la vista y son de esos que producen mucho dinero. Se lo merece por su excelente y nada fácil trabajo y porque ya ha comenzado a regalar babuchas con las que, de paso, promociona una de sus canciones.
Recordémosle, en fin, que aquí en Sincelejo también hay descalzos. Muchos descalzos. Tal vez el mensaje resulte vano, porque una cosa es la estirpe y otra la herencia.