Era 1980, y yo tenía apenas ocho años. Aunque era pequeño, ya conocía la emoción de una fiesta en corraleja. Mis padres me habían llevado alguna vez, y entendía que era una tradición profundamente arraigada en la ciudad. Mi familia disfrutaba de las bandas papayeras, del bullicio, y del espectáculo de los toros en el redondel.
Ese día, mi madre, Angelmina, cuenta que mi papá (QEPD) estaba en casa, en el barrio El Paraíso, compartiendo tragos con mi tío Alirio Fuentes. Era una tarde como cualquier otra, pero a eso de las tres, ya animados por el licor, decidieron irse a las corralejas. Mi tío aún recuerda con claridad lo que ocurrió después. Apenas estaban llegando y a punto de entrar cuando todo sucedió: el estruendo, los gritos, y el caos se apoderaron del lugar. Varios listones de madera cayeron sobre ellos, y entre el pánico, mi tío gritaba desesperado: «¡Diógenes, si sales, no me dejes!»
Mi papá, como pudo, logró salir de entre los escombros. Sin pensarlo, regresó para buscar a su cuñado Afortunadamente, ambos sufrieron solo heridas leves, pero a su alrededor, la escena era aterradora: cuerpos sin vida, heridos clamando por ayuda, y el sonido desgarrador del sufrimiento y la confusión. Todo era confusión y caos.
En otro palco, que milagrosamente se mantuvo en pie, estaba mi tío Plinio con su familia. Presintiendo lo peor, lograron salir ilesos en medio del caos, sintiendo la muerte tan cerca que sus palabras temblaban al narrar lo vivido.
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Yo estaba lejos, en Caracol, un pequeño pueblito de Toluviejo, Sucre, ubicado como a 30 minutos de Sincelejo en casa de mis abuelos paternos. Allí no había luz eléctrica, y las noticias llegaban a cuentagotas, muchas veces a través de «radio bemba». Recuerdo que una vecina, al otro lado de la cerca del patio, le avisó a mi abuela que las corralejas se habían caído. Presintiendo una tragedia, mi abuela salió corriendo, gritando angustiada: «¡Mijo, se cayeron las corralejas y tu papá estaba allá con tus tíos!»
En mi inocencia de niño, no comprendía la magnitud de lo que estaba pasando. Seguía jugando mientras mi abuela buscaba desesperadamente noticias sobre lo ocurrido en la capital de Sucre. El pueblo entero se llenó de incertidumbre y conmoción. Algunos vecinos, incluso quienes apenas sabían manejar moto, se atrevieron a ir hasta Sincelejo para entender la magnitud de lo sucedido y llevar de vuelta las noticias. Solo se escuchaba decir que habían muchos muertos y heridos.
En casa de mis abuelos había un viejo radio que se convirtió en nuestra ventana al mundo exterior. Las emisoras comenzaron a transmitir los primeros reportes de la tragedia. Aquella noche dormí en casa de mis abuelos sin entender completamente lo que estaba ocurriendo. Fue al día siguiente, al regresar a casa, cuando mi madre me abrazó con fuerza y me dijo que mi papá y su hermano estuvieron a punto de morir. Entonces entendí un poco lo que había pasado.
Ellos se salvaron, y durante meses hablaron de aquella tarde fatídica. Poco a poco fui enterándome de más detalles: que esa era la primera vez que no se lidiaban los toros de Arturo Cumplido, y que esa tragedia había marcado para siempre a Sincelejo y a sus fiestas de corralejas.