Cuando el sol comience a descender sobre la bahía y la ciudad se vista de luto, la Virgen Dolorosa saldrá al encuentro de su pueblo, en uno de los actos más sobrecogedores de la Semana Santa: la Procesión de La Dolorosa.
Desde el atrio del Santuario San Pedro Claver, a las 6:00 de la tarde, la imagen de María, vestida de negro, recorrerá las calles del Centro Histórico acompañada por el murmullo de cánticos, oraciones y pasos que arrastran la fe de miles. Su destino será el Templo de Santo Domingo. Se invita a los asistentes a vestir de negro, en señal de duelo y amor por la Madre que compartió el sufrimiento del Redentor.
Cada estación de este recorrido es una meditación viva sobre los siete dolores de María, desde la profecía de Simeón hasta la sepultura de Jesús. Y en el silencio compartido de la multitud, la ciudad entera se transforma en un clamor de consuelo, esperanza y reverencia.
Viacrucis: las huellas del Salvador sobre las piedras de la historia
Horas antes, desde las 7:00 de la mañana, el Viacrucis recorrió las calles del Centro, partiendo del templo de Santo Toribio. En esta tradicional manifestación de piedad popular, los fieles rememoraron, estación por estación, el camino de dolor que Jesús recorrió hasta el Calvario.
Presidido por monseñor Francisco Múnera, arzobispo de Cartagena, junto a los sacerdotes de los templos del Centro, el Viacrucis fue una peregrinación del alma, donde el silencio se hizo oración, el sudor penitencia, y cada paso, un acto de fe viva.
Las calles empedradas se convirtieron en alfombra sagrada para honrar el sacrificio del Hijo de Dios. Cartagena, ciudad de historia y fervor, caminó al ritmo de la cruz, con el corazón en la Pasión y los ojos puestos en la Resurrección.
Este Viernes Santo adquiere un significado aún más profundo en el marco del Jubileo 2025, cuyo lema mundial, “Peregrinos de la esperanza”, resuena con fuerza en cada acto litúrgico y expresión de piedad popular.
Hoy, Cartagena no es solo un destino turístico. Es una ciudad que se convierte en altar, en templo vivo, en oración colectiva. Bajo sus cielos, entre piedras centenarias y ecos de campanas, la fe revive con fuerza y el alma se eleva al cielo.