El gobierno de Donald Trump revocó la visa al presidente Gustavo Petro, sancionando así su conducta —que califican de imprudente, incendiaria y con propósitos liberticidas— durante una protesta en favor de Palestina, donde incitó a la violencia y llegó incluso a pedir a los soldados estadounidenses: “Desobedezcan la orden de Trump, obedezcan la orden de la humanidad”. Con estas declaraciones, Petro pretendió atribuirse un liderazgo global que no posee, erigiéndose en portavoz de la “voluntad de la humanidad”, del mismo modo en que en Colombia se autoproclama como “la voz del pueblo”.
El Departamento de Estado fue contundente: “Revocaremos la visa de Petro debido a sus acciones imprudentes e incendiarias”. Y, sin duda, las razones sobran.
Durante su intervención en la Asamblea General de la ONU, Petro no desaprovechó la oportunidad para provocar tanto a Trump como al gobierno estadounidense. Haciendo gala de su acostumbrada verborrea, afirmó que “en Colombia, durante su gobierno, se ha incautado la mayor cantidad de cocaína en la historia del mundo”. Sin embargo, la realidad es que el crecimiento de los cultivos ilícitos frente a las incautaciones en su administración presenta las cifras más bajas de los últimos 12 años.
Petro también argumentó que la descertificación de su gobierno obedecía a un supuesto intento de impedir la continuidad de un “gobierno progresista” en Colombia. Lo cierto es que la medida se deriva del abandono total de una política seria y efectiva de lucha contra el narcotráfico.
La mayoría de los colombianos coincidimos en calificar las actuaciones internacionales de Petro como irresponsables, al punto de que parece buscar deliberadamente el aislamiento del país. Afortunadamente, el gobierno de Trump no ha tomado medidas económicas contra Colombia, quizá porque reconoce que Petro no representa el sentir de la nación.
La evidencia está en hechos recientes: el Senado colombiano reconoció al “Cartel de los Soles” como una organización terrorista, en contraste con la tibieza del presidente; la ciudadanía y la prensa rechazaron sus declaraciones favorables al “Tren de Aragua”; y la ANDI, mediante una carta suscrita por más de 500 empresarios y líderes, repudió su postura en Nueva York, planteando una lectura completamente diferente sobre el sentir del pueblo colombiano.
El expresidente Iván Duque escribió en X: “Ver a un presidente jugar con la dignidad de Colombia y con una relación de 200 años con Estados Unidos muestra una conducta irracional. Razón tenía Martin Luther King: ‘Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda’”.
Por su parte, la congresista republicana María Elvira Salazar se refirió a la protesta y a la posterior cancelación de la visa señalando que: “Se le salió su instinto guerrillero en el lugar equivocado”.
Cada vez se hace más urgente que los colombianos asumamos la tarea de recuperar el país, de volver a sentirnos orgullosos de nuestra identidad nacional y de reconstruir la confianza internacional. Petro desperdició su oportunidad: ya no va a cambiar y, de seguir por el mismo camino, terminará siendo cómplice, socio y seguidor de Nicolás Maduro. Su política de “paz total” y su promesa de “cambio” han demostrado ser meros espejismos.
Sí hay un camino: reencauzar a nuestra patria por la senda democrática, restablecer relaciones diplomáticas con todas las naciones, y fortalecer las instituciones que sostienen el Estado Social de Derecho. Es hora de despertar el orgullo nacional, de dejar atrás la vergüenza internacional y de volver a levantar la cabeza como colombianos.