Quid pro quo
Dos videos que ni siquiera Netflix tiene en su parrilla deleitaron ayer a los cartageneros, y en ambos el protagonista es el alcalde William Dau. En uno se cansa de ponerle cascaritas a la concejal Liliana Suárez, a quien graba a escondidas esperando un resbalón que nunca ocurrió, y en el otro arremete contra el procurador Fernando Carrillo, quien sufre las laceraciones de su lengua al igual que le pasó al contralor Carlos Felipe Córdoba.
Del primero surgen varias preguntas, o asombros, o estupores, o espantos… pues, así como le puso cámara oculta a la concejala, quién sabe cuántas conversaciones tendrá de otros concejales, de dirigentes gremiales, de su gabinete, de la gente que se reúne con él… y por qué decidió montársela solo a ella. También asombra la capacidad de sapería de quien graba. Si es capaz de hacer eso para complacer al jefe, quién sabe qué otras porquerías será capaz de cumplir… Puede que sea uno solo, la misma persona, o que tenga camarógrafo para en cada reunión… sólo Dau sabe. Una caricia en el lomo, cual perro amaestrado, puede ser la recompensa.
Respecto del segundo, hay que reconocer que hizo un aporte al rescate del Latín, algo propio de abogados. El latinajo “quid pro quo” lo empleó el alcalde Dau para retar al procurador Fernando Carrillo a que haga su trabajo de sancionar a los malandrines, para después exigir la demolición del edificio Aquarela. Una cosa por otra, algo por algo, cosa que sustituye a algo equivalente o que se recibe como compensación por ello, es la traducción. En lo adjetivo resulta grotesco, pero en lo sustantivo tiene razón.
La Procuraduría es selectiva y trabaja por “caritas”. Si es “Manolo”, enseguida lo suspende. Si es Quinto, enseguida lo demanda. Si es el Aquarela, pide demolición, pero pasa por alto actuaciones y omisiones de los encartados.
No me cabe duda que en torno al caso Aquarela hay cosas turbias, y parece que desde la Procuraduría se busca proteger al Estado por haberla embarrado al conceder la licencia. Aquí falló la Alcaldía con su Secretaría de Planeación y con el IPCC; la Curaduría Urbana, el Ministerio de Cultura, y todos los organismos alrededor de este proyecto, y falló el particular al pretender lo impretendible.
La Procuraduría está en claro déficit en este caso, y en varios otros de corrupción en Cartagena de los que sigue la dulce espera, y en eso Dau tiene razón. ¿Los hospitales que inauguró la Maríamulata que eran solo pinturita, lo que pasó en Edurbe bajo la administración Pinedo, o lo que sucedió con los $250 mil millones de Dionisio? y faltan muchos más ejemplos.
Aunque le acompañe la sana lógica en el planteamiento, hay otras consideraciones simultáneas que no lo libran de todo mal. Está fuera de orden Dau al fijar pautas y cronogramas de acción al Procurador General, cual superior jerárquico: el sujeto de control disciplinario dándole órdenes al controlador, el pájaro tirándole a la escopeta.
Está fuera de lugar hablar a espaldas del afectado y hacerlo ante un auditorio de dirigentes gremiales, convertidos en contertulios de chismes de cocina. Está fuera de orden servir de jefe de debate de la campaña presidencial del Procurador.
En fin. Estamos en la montaña rusa de Dau, el hombre de la personalidad en pico y placa, de las electrizantes emociones día por medio… y preparémonos, vienen las denuncias del “Libro Blanco”… con sus respectivas tutelas y retractaciones. Quid pro quo.