Es del rio, no de cualquier rio, sino del hermoso mojoso San Jorge sucreño. Lo encontré arrinconado en la punta del corral, porque el rey de ese patio es el colorao. Rescatado de su exilio, una vez pisó el nuevo territorio, coronó la presa y no hubo de allí en adelante quien detuviera la supremacía de rey en su flamante trono.
Así comenzó el blanco su reinado. Cantó lo que el colorao nunca le permitió y ya lejos de él, hizo sentir su poderoso galillo, cambiando el tradicional canto madrugador, por el enloquecedor horario y en sus momentos de mas intensidad, se atreve a desgalillarse cada minuto.
Es todo un polvorete, desde que amanece no perdona el mañanero, ya sea a la elegante Eufrosina o la fina culi apretao de la estilisada Olivia y etc.
No respeta pinta el blanco gallo, donde el vecino va a parar y con su cocoró y no cocorolló, sonido muy particular, y simulando haber encontrado el más apetecido manjar, atrae a todas sus doncellas, que de doncellas ya no tienen nada y racatapunchinchín él se sacude.
Atiende a cada una y la nueva que llegue, la inaugura inmediatamente, arrastrando el infalible ala. Le pone el blanco la espuela al colindante, demarca el territorio y se le sirve a cada una de las inquietantes pollonas, que inocentemente, pero con las ganas a flor de pluma, afloran su tímida curiosidad por el blanco, que pracatá se las despacha.
Al día siguiente la atendida vecina arrastra a su compañera, haciéndose la pendeja, se tira al susodicho, se eriza y sacude, sin dejar de llevarse su picotazo, por las celosas dueñas de casa.
El blanco es popular, no hay llamada por celular donde no deje oir su incesante canto, ni entrevista en la que no participe. Es el primero en descender de su palacio, el palo de mango y el último en subir, una vez se asoma el final de la tarde, vigilante hasta que la última de sus damas, esté segura en su aposento.
El blanco se le para en pelea a perros y guacamaya, alias pepa- porque a esa el alias es anillo al dedo-, no se deja intimidar por gruesos alaridos, ni deslumbrantes colores del atípico y raro animal con curvo y afilado pico, que no cesa en su tarea de hacerle la vida imposible al blanco y sus consortes. Por mucho que Pepa cacaree, el gallo a esa si que no se la «cocta», como dicen en Montería al polvorete.
Se lleva el blanco uno que otro repostón, pero gallardamente se repone y sella su supremacía de rey único del patio, así lo hayan puesto con las de Villadiego en plena noche y dejado una pluma en la boca del travieso can Aquiles, que lo obligó a refugiarse en los crueles limoncillos, que con sus filosas armas, por poco atraviesan su delicado pescuezo.
Restablecido el blanco, la mejor forma de decir firme y combatiendo es su canto, cual Samper, aquí estoy, aquí me quedo.
Ni que decir de sus más de doscientos polvos diarios, incluido el vecindario, que lo ponen a uno a pensar, a la par de la vacuna del Covid, deberían aislar y colocar en pastillas, la frecuencia hormonal del gallo-con la debida prolongación- a ver si esto se mejora.