Este año vivimos un momento histórico de la humanidad donde la Pandemia ocasionada por el SARS – COV 2 nos permitió evaluarnos no solo en el campo de la salud, sino también en las relaciones humanas, el valor de la familia y la importancia del autocuidado.
Iniciamos una época donde las actividades cotidianas quedaron restringidas por el confinamiento estricto y realizar acciones como ir de compras, cine o compartir con amigos eran una utopía. Esto ocasionó en el campo de la salud mental el aumento de enfermedades como depresión, ansiedad y estados de pánico.
El inicio de los primeros casos activó todas las alarmas y en el caso colombiano nos permitió visualizar a nivel global una situación que como médico de un servicio de urgencias conozco perfectamente y es la deficiencia de nuestro sistema de salud en cuestión de promoción, prevención e infraestructura, como decimos en mi tierra nos cogió la Pandemia con “el calabazo roto y el agua cayendo”. Se improvisaron unidades de cuidados intensivos sin tener en cuenta que un ventilador no funciona solo y el déficit en formación de especialistas en Colombia está en nivel bajo para responder a las necesidades de la población.
Los médicos que por años hemos sido maltratados y explotados por el sistema pasamos a ser héroes y escenas de aplausos en los balcones, serenatas y videos de ánimos se hicieron virales como apoyo al personal de salud; un acto emotivo que ha mostrado el valor de un gremio que aún sigue con sueldos bajos, sobrecarga laboral y ausencia de apoyos por parte del Estado que envió un bono insignificante en comparación con el nivel de exposición y responsabilidad que acarrea esta profesión.
Poco a poco fuimos aprendiendo sobre una enfermedad nueva para todos, algunos decían que era una de las plagas de Egipto, los ambientalistas que era efecto del cambio climático, la tercera guerra mundial por el mercado económico impulsado por los chinos y hasta canciones compusieron los artistas para tratar de crear conciencia en un país fundido en el pánico y la angustia.
La economía se fue al traste, los negocios cerrados, las neveras vacías, el desempleo en cifras catastróficas y entonces como por arte de magia se empezó a valorar el campo como fuente de desarrollo; cuantas familias deseaban tener una finca donde pasar la cuarentena o una huerta donde cosechar sus productos. Otra enseñanza que nos deja la pandemia. “El campo es y seguirá siendo el sustento de las poblaciones”.
A pesar del estado de shock, esta pandemia no ha conseguido doblegarnos ni como sociedad ni como individuos, pero nos está haciendo entender algo que, a veces, tiende a olvidarse y es la capacidad de resistencia de los colombianos y a pesar de permanecer confinados en nuestros hogares, el Covid-19 nos demuestra que tenemos una capacidad inmensa de adaptarnos a situaciones adversas.
En lo personal, el acompañar tantos pacientes en su lecho de muerte me enseñó a valorar los pequeños momentos, el valor de un abrazo sincero y el respeto por mis colegas y todas aquellas personas que sin descanso han pasado este año en los servicios hospitalarios entregando hasta el último aliento por sus pacientes.
El 2020 acaba de terminar y con las festividades de fin de año y a pesar de las restricciones nacionales, en los primeros meses de 2021, viviremos uno de los momentos más caóticos en Colombia por el déficit de Unidades de Cuidados Intensivos, la falta de recurso humano y el deficiente sistema hospitalario.