Lo que está pasando en Colombia a raíz del paro nacional debió poner a no pocos posibles candidatos presidenciales a dejar sus aspiraciones en remojo. La situación no está para egos, para experimentos, para comparsas ni para liderazgos débiles.
Si una mujer curtida y con conocimientos como la Vicepresidenta y ahora canciller, Marta Lucía Ramírez, dejó a una lado, casi definitivamente, su sueño de ser la primera presidenta, para seguir en el Gobierno con Duque, es porque esta no pinta como una elección presidencial corriente en la que se van construyendo las candidaturas poco a poco en las vueltas electorales.
Vamos para una alineación clara de las fuerzas políticas mucho antes de las elecciones presidenciales de marzo porque la tensión es evidente en la calle. Habrá entonces claramente una candidatura de los inconformes radicales, representada por Gustavo Petro, porque no hay nadie que alla agitado de mejor manera esa bandera.
Por otro lado, estará la del bloque que piensa que el modelo democrático que hemos tenido por décadas está seriamente amenazado, pero puede salvarse con un liderazgo fuerte, que sepa sacarle el mejor provecho a la unión bajo el interés común de “salvar la casa”.
Seguramente habrá personas que no quieran estar en esos dos extremos y sueñen con ir por el camino del medio, lo cual verdaderamente en tiempos menos convulsos sería el camino más típicamente colombiano y menos traumático, pero se siente en la calle que pocos desean pararle bolas a eso.
Es una lástima porque hay en esa franja personas que merecerían una mejor suerte electoral. Seguramente, nadie allí tendrá posibilidades mayores en las urnas, pero el sector mismo será clave para inclinar la balanza a uno y otro lado.
El punto clave ahora es como el sector claramente contrario a Petro va a construir su alternativa en medio de los egos, los matices ideológicos, las heridas de viejos enfrentamientoss y los intereses a futuro.
No pocos dirán que esto se define a voto limpio. Yo tengo mis dudas. Quiza a voto limpio no será escogido el que más convenga. Debe haber un acuerdo partidista fuerte porque, además del voto de opinión, esta candidatura necesitará de toda la capacidad “estructural” que tengan los partidos que entren en coalición para movilizar votos en torno a una especie de salvación nacional.
Dirán algunos que puede haber un sobredimensionamiento del riesgo. Mi respuesta es: eso no es lo que dice la calle. La definición de esa candidatura fuerte también depende del discurso con el cual se presente. Obviamente uno será el de la institucionalidad, la seguridad, la democracia y demás. Pero si es solo eso, no va a servir. Debe prometernos también un país distinto y para todos, con el compromiso real de hacer cambios fundamentales.
No hay que dejar ir a la clase media golpeada hacia las opciones populistas. Y hay que conquistar de alguna manera al voto joven, que quiere un poder renovado y más transparente. ¿Cómo se cuadra todo eso? ¿Cómo se puede encontrar, con todas esas premisas, una buena fórmula presidencial? Con mucho trabajo. Y desde ahora… porque ya es un poco tarde.