En el Instituto Técnico San Rafael de Manizales, Caldas, los pasillos vibran con la energía de niños llenos de sueños. En medio de este ambiente alegre, se destaca una figura dedicada a moldear a estos jóvenes tanto en el deporte como en la vida. Sergio Alejandro Ruiz Serna, profesor de educación física, irradia pasión por el fútbol y la enseñanza desde el primer momento en que se le conoce.
A sus 26 años, es un ejemplo vivo de superación. Licenciado en Educación Física de la Universidad de Caldas, su camino hacia el éxito estuvo marcado por la determinación y la lucha contra las adversidades. Nacido en una humilde zona de Arauca, Caldas, enfrentó innumerables desafíos desde su infancia. La vida en su pueblo natal, afectado por la presencia de grupos armados al margen de la ley, no fue fácil. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus amigos que hoy están detenidos, muertos o desaparecidos, él encontró en el deporte una vía de escape y una forma de construir un futuro mejor.
«En mi pueblo, las oportunidades eran muy pocas», recuerda Sergio. Desde pequeño, jugaba a la lleva y al escondido en esas calles polvorientas, desarrollando habilidades deportivas que más tarde le permitirían tener destreza en el fútbol, representar a su colegio y, posteriormente al corregimiento de Arauca, zona del municipio de Palestina, Caldas, en competencias regionales donde lo hizo con lujo de detalle.
Sin una cancha de fútbol adecuada, Sergio y sus amigos improvisaban espacios para practicar. Fue en estas circunstancias donde descubrió su vocación por la docencia. «Cuando vi que era bueno con el balón y pude ayudar a un compañero a mejorar en el fútbol, supe que quería estudiar educación física», dice Ruiz con una sonrisa, para ese entonces apenas cursaba noveno grado.
Después de graduarse como bachiller, pasó cinco años sin un rumbo definido. Trabajó en minas buscando oro para ganarse la vida, mientras veía cómo sus hermanos, con el esfuerzo de sus padres, avanzaban en sus carreras de derecho. «Reflexioné sobre mis pensamientos y decidí que había llegado el momento de estudiar», esta introspección lo llevó a perseguir su verdadera pasión: la educación física.
El destino le brindó una oportunidad en el Instituto Técnico San Rafael, donde el profesor Márquez, una figura respetada en la institución, le ofreció realizar prácticas institucionales.
«El profesor Márquez me dijo, ‘Chino, usted es muy bueno’. Fue un gran respaldo para mí», recuerda Ruiz con inmensa gratitud. Además de tener a cargo varios grados, se dedica con paciencia y compromiso a enseñar a niños desde los cuatro hasta los diez años a descubrir su amor por el fútbol.
«Es increíble ver a niños tan pequeños motivados para jugar al fútbol», expresa Sergio con satisfacción recordando que en su época no habían esas oportunidades, aprendió futbol callejero a pies descalzo que luego fue perfeccionando en técnica. Su enfoque no se limita a enseñar habilidades deportivas, sino que también se centra en inculcar valores importantes para la vida. «El deporte debe ser una motivación propia, no una imposición», afirma, subrayando la importancia de la motivación intrínseca en el desarrollo de los niños.
El camino de Sergio Alejandro ha sido un ejemplo de perseverancia y éxito. A pesar de no haber podido entrar al equipo de sus sueños, el Once Caldas por falta de recursos económicos, no se rindió. Hoy, continúa entrenando y motivando a los jóvenes del Instituto Técnico San Rafael, dejando una huella imborrable en cada uno de ellos. Su historia demuestra que, con dedicación y amor por lo que se hace, es posible transformar vidas y construir un futuro mejor para las nuevas generaciones.
Nunca olvida sus raíces y la importancia de su familia en su vida. Sus padres, Jorge y Gloria, quienes aún residen en Arauca, siempre han sido su apoyo incondicional. «Cuando era niño, mis papás se quitaban la comida de sus bocas por dárnosla a nosotros», recuerda con nostalgia esa dura época. Gracias al esfuerzo colectivo, han podido mejorar su calidad de vida y ya no viven en aquella humilde vivienda de bahareque con pisos de tierra. Su fe y perseverancia les cambiaron la vida.
El profe Sergio ahora vive en Manizales, pero cada sábado regresa a su pueblo natal, donde cariñosamente lo conocen como “el bakalao” por ser un bacán. Todos lo felicitan porque a pesar de los desafíos, ha demostrado que con pasión, compromiso y amor por el deporte, se pueden superar las adversidades y dejar una marca duradera en la vida de los demás.
