Las personas cambian, y a veces esos cambios sorprenden. Yo conocí al periodista Néstor Morales en Hora 20, un programa de Caracol Radio que se transmitía en las noches. Era un espacio serio, con un formato fresco y una ética profesional innegable. Se trataba de un panel periodístico que no me perdía jamás, tal como las abuelas nunca dejaban pasar sus radionovelas. La calidad periodística de Hora 20 me tenía atrapado.
Como suele suceder en los medios de comunicación, un día el programa desapareció sin aviso ni explicación. Y con su partida, Néstor Morales también se esfumó del dial. El tiempo pasó y, por pura coincidencia, lo encontré de nuevo, esta vez en Mañanas Blu a través de un canal de YouTube. Fue una grata sorpresa.
Retomé la sintonía con entusiasmo, pero pronto noté algo inquietante: el periodista que yo había conocido en Hora 20 ya no existía. En su lugar, descubrí una figura transformada, como si se tratara de un personaje sacado de una novela de Kafka. Néstor Morales, el que antes transmitía rigor y ética, parecía ahora irreconocible.
La transformación fue radical. Ya no era el periodista que informaba con equilibrio; ahora manipulaba a la audiencia. Su línea editorial parecía marcada por intereses políticos, y su rol de informador mutó en una defensa constante de ciertas posturas ideológicas. Incluso, en ocasiones, se muestra como un opositor férreo del gobierno actual.
Al escuchar Mañanas Blu, uno se enfrenta a un torbellino de voces que hablan todas al mismo tiempo, interrumpiéndose sin cesar, lo que dificulta captar el mensaje. Néstor, que alguna vez fue un gran entrevistador, ahora interrumpe constantemente a sus invitados, como si intentara imponerse sobre ellos. Esa actitud le ha costado momentos embarazosos en los que, en su afán de mostrarse superior, termina siendo callado o contradicho de manera evidente.
Parece que Néstor Morales olvidó algo fundamental: un buen periodista trabaja para su audiencia, no para su ego. Su deber es informar con honestidad, sin tergiversaciones ni manipulaciones. Este tipo de actitudes, lamentablemente, no son exclusivas de él. Casos similares han llevado a otros jóvenes periodistas, como Luis Carlos Vélez, a transitar caminos cuestionables, donde la desinformación y la mentira se vuelven protagonistas.
Es una pena que Néstor Morales haya optado por esta senda. Nos privó de aquel gran periodista que alguna vez fue, ese que hacía de la radio un espacio para la reflexión y el análisis sereno. En una época donde los buenos periodistas parecen estar en peligro de extinción, su transformación deja un vacío difícil de llenar. Qué lástima que aquel Néstor Morales ya no exista.