“…Son felices los políticos y funcionarios públicos del orden nacional, los alcaldes y gobernadores, amasando dinero de los contribuyentes sin importar la falta de felicidad del pueblo…”
Las paradojas de la vida: en 2021 éramos uno de los países más felices del mundo, pero en 2022 y 2023 pasamos a ser uno de los más infelices, como así nos explicó el DANE, que tomó la información de un elegante Mapa de la Felicidad o Happiness Report, dado a conocer por las Naciones Unidas, donde se incluyen diferentes países del mundo.
Esos informes no son nuevos; fueron adoptados el 19 de julio de 2011 por las Naciones Unidas, que iniciaron la publicación de los niveles de felicidad del mundo contemporáneo para observar el bienestar ciudadano en función de un paradigma económico-social, considerando el compromiso de los mandatarios en la implementación de políticas públicas necesarias para el bienestar, la felicidad y el desarrollo social y económico de las personas y las familias.
En 2024, como para estar en los mejores rankings mundiales, nuestro querido país ocupó el tercer lugar entre los países más corruptos del mundo. Rusia e Irán nos superan por poco, pero tenemos el “honor” de ser más corruptos que México, Zimbabue, Birmania, El Salvador, Ghana y Camboya. Nuestra especialidad, además de desviar los recursos públicos, es protagonizar escándalos políticos y judiciales.
La verdad es que el concepto de felicidad y corrupción están relacionados, y tienen diferentes aristas dependiendo de cómo cada quien los entienda.
Son felices los corruptos: políticos y funcionarios públicos del orden nacional, alcaldes y gobernadores, que amasan dinero de los contribuyentes sin importar la falta de felicidad del pueblo que dirigen. Licitan una obra, reciben las coimas, avanzan un 50 o 70% de su ejecución y la dejan inconclusa como un inmenso mamut, con el visto bueno de la Procuraduría, las contralorías y la Fiscalía. Todo esto mientras más del 25% de la población colombiana vive en extrema pobreza, con altos índices de desempleo, deficiencias en educación, salud, vivienda y servicios básicos, y una mala distribución del ingreso por género, factores que han disminuido ostensiblemente los niveles de felicidad.
Debemos entender que la corrupción y la felicidad no son de izquierda ni de derecha. Cuando un funcionario es honesto y aplica los preceptos de la gestión pública, el control público y la función pública, y los direcciona hacia el bienestar social o colectivo, está contribuyendo a la felicidad de la población. Pero cuando conscientemente se desvía de su objetivo fundamental, se convierte en parte del colectivo del corrupto “feliz” y emprende vuelo hacia escenarios de cambios sociales producto del enriquecimiento ilícito.
Ese ser desnaturalizado, el corrupto, vislumbra su objetivo y lo considera una conducta fundamental de su propio yo. Entiende el abuso del poder como un eslabón para enriquecerse y creerse feliz. Sin embargo, no comprende que esa felicidad es momentánea, ya que la justicia cojea, pero llega, aunque sea tarde.
El deterioro de nuestra institucionalidad, especialmente por los escándalos políticos y en el ámbito judicial, el autoritarismo, el debilitamiento de la democracia y la percepción de corrupción son algunos de los factores que contribuyen a disminuir los niveles de felicidad. Esto tiene grandes consecuencias para el desarrollo, la inversión privada, el empresarismo y, lo más grave, la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Colombia necesita volver a ser feliz, sin corrupción. Imaginarlo no cuesta nada.